Dentro del círculo con George Harrison

Irina Pino

Con una foto de George Harrison en el Submarino Amarillo.

HAVANA TIMES — Siempre he creído que las personas están conectadas entre sí. Hay algo que las rodea, sin embargo hay que activar este círculo. Me ha pasado desde que sentí la proximidad a George Harrison, ese artista que quizás por ser el más callado, el más introspectivo, creció por sí mismo y logró hacer cosas en beneficio de otros.

Se instaló en ese círculo espiritual, donde solo sus amigos podían penetrar y observar lo que sucedía. El mismo confesaba que ante el mundo proyectaba una imagen, aunque en realidad era otro, un desconocido, un ser humano con dos fuerzas en conflicto, dado a los extremos: muy pacífico, o mordaz en muchas ocasiones.

En Living in The Material World, documental realizado en 2011 por Martin Scorsese, queda plasmada su interesante personalidad, sus viajes, donde conoció a mucha gente que lo admiró. Como se ha dicho: era un amigo de todos sus amigos. Conformó ese círculo para que se amaran entre ellos y se protegieran.

Desde niña he sido un poco como George, dada al aislamiento, pasaba mucho tiempo leyendo y dibujando. Después de ver alguna película, –que significara de algún valor para mí–; creaba mi propio guión cinematográfico, cambiaba la trama, la enriquecía; y luego, en la escuela, durante el receso, se la contaba a mis compañeros. Era mi película, escrita y dirigida por mí. Ellos, sin embargo, no lo sabían, lo tomaban como una simple película que yo había visto.

En mi casa se ponían aquellos discos de acetato con la música de los Beatles. La originalidad de las melodías de Los Chicos de Liverpool, calaron muy adentro y se quedaron.

George vivía en otra dimensión, mi mundo era el de las carencias materiales. Estudiaba y residía en un país singular. Los años transcurrieron y estuvimos separados. Más tarde nos unieron sucesos accidentales, o el destino, quien sabe.

Comencé a trabajar en el Canal Educativo como Asistente de dirección. En uno de los programas en que participé fue en la Historia de los Beatles, realizado a partir de su Antología. Entonces volví a George. A partir de ahí nos juntamos para no separarnos.

Al marcharse George, contaba con 58 años, mi hijo tenía solo dos. Comenzaba una existencia, otra cambiaba su estado. La muerte del músico no era real, quedaba su esencia, flotaba su espíritu, me rodeaba…, comprendí que yo también estaba adentro de ese círculo, y me dediqué a alimentarlo de la única manera que podía hacerlo.

Amigos y familiares contribuyeron a insertarme en aquel cosmos: documentales, discos, videos, su autobiografía, fotos, posters, noticias…, cualquier material que recreara su presencia. Allí estaba el artista, erigiéndose tal vez mucho más vivo que antes. Y yo podía hacerlo aún más tangible, mediante mis escritos, como un homenaje indeleble hacia su persona.

Escribí un libro dedicado al músico, una especie de epistolario, reflexiones y poemas, donde me incluyo en su mundo y él en el mío, convergencia en el espacio y el tiempo.

La cercanía, la luz interior se produjo, como escenas recreadas por segunda vez: caminaría con él por Arnold Grove, la calle donde está su casa natal. Sentiría las vibraciones mantras en el mundo de la India. Sería una espectadora en el Madison Square Garden en aquel Concierto por Bangladesh. En su amado Friar Park, lo ayudaría a plantar y cuidar de sus árboles. Bailaría en medio del humo y el sudor con todos los chicos en la Caverna. Presenciaría las grabaciones de los Beatles en los estudios Apple. Sería acaso una enfermera en la Clínica Mayo donde trataron de curarlo. Con los comediantes de Monty Python pasaríamos momentos de buen humor, y las emociones fuertes con los deportistas de Fórmula Uno.

Las sesiones compartidas entre los Traveling Wilburys. Aquellas aventuras con sus eternos compañeros: Paul, John y Ringo. Los celos por el romance entre Erick Clapton y su esposa Pattie. Su posterior felicidad con Olivia y su hijo Dadni. La grabación de Brainwashed, su último disco. El paisaje y la frescura de la campiña con su amigo Erick, donde nació la Here comes the Sun. Hasta la neblina húmeda de Londres… todas esas imágenes serán memorias reconstruidas, como recortes pegados en una postal inmensa.

All things Must Pass (todas las cosas deben pasar), dice su canción. Pero sé que George y yo seguiremos en ese círculo. Compartiremos la belleza y la espiritualidad que aún queda en este Mundo Material.

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