¿Será “incorrecto” alimentar animales callejeros?

Dedicado a las muchas personas que -aun con escasos recursos- alimentan diariamente a animales callejeros

Irina Echarry

Historia de Sarita.

HAVANA TIMES — En Cuba, los animales están en desventaja. No hay ley que los proteja ni tantos humanos involucrados en la lucha para que exista una. Somos muchos los que pensamos que es necesaria, pero no los suficientes.

Hace unos días, en el programa Pasaje a lo Desconocido vi un documental sobre una fundación protectora en España. Mediante el testimonio de varias personas supimos que los acogen, asean, vacunan, atienden cualquier enfermedad y luego los dan en adopción.

Desde hace años fantaseo con un espacio donde pueda hacer exactamente eso que vi, además, le agregaría un vivero. Pero la realidad me castiga. Vivo en un quinto piso y comparto el apartamento con más personas. No tengo esperanzas de dinero para permutar o comprar casa en bajos, tampoco amistades que reúnan las dos condiciones básicas: el espacio y un sueño semejante al mío.

Debe ser casual, pero casi todos los locos enfrascados en aliviar el sufrimiento animal, lo hacemos de corazón, con muy pocos  recursos y sin lugares donde socorrerlos. Así, a pesar de la recompensa que implica verlos recuperarse, la angustia por tener que dejarlos en la calle no desaparece.

Negro antes y después.

En el documental presentan un local bien equipado, espacioso, con bastante personal para su cuidado. Pero en Cuba, país pobre, no tiene que ser tan sofisticado. Con la buena intención  tendremos medio camino recorrido, lo sé por experiencia. Sin embargo, los medios de comunicación, cuando tocan el tema, hacen énfasis en el abandono de los animales y pasan por alto que cualquiera puede ayudarlos, no hay que poseer grandes fortunas ni pertenecer a una asociación importante.

En ese mismo espacio donde pusieron el documental invitaron a Nora, la directora de Aniplant, quien dio explicaciones puntuales sobre la importancia de la Ley de Protección Animal en Cuba.

El programa -que cuenta con gran teleaudiencia- pudo haber servido para captar colaboradores y dar esperanzas, sin embargo, resultó todo lo contrario por las declaraciones de una veterinaria de Zoonosis. Ella, luego de defender el trabajo de su institución y de hablar de los animales callejeros como una plaga a exterminar, hizo un llamado a la población: deben saber que no es correcto alimentar a perros y a gatos en las calles, porque el cuidado animal implica también desparasitación, higiene y un hogar.

Es cierto que el hogar sería magnífico, que la vacunación y la atención médica son necesarias, pero se sabe que en un organismo inmunodeprimido florecen las enfermedades. La práctica diaria me ha demostrado que la comida funciona casi como una poción mágica. En casa hemos curado o, al menos, controlado el deterioro de varios canes.

Un día abrimos la puerta y allí estaba una perrita blanca y negra llena de llagas y mal olor. Temerosa y medio histérica, por sus chillidos, mi madre la nombró Sarita Montiel. Le curamos las heridas y empezamos a alimentarla; el cambio fue vertiginoso. Ahora está sana, aunque tiene una protectora, pasa la mayor parte del tiempo en la escalera como una vecina más.

El Negro cuidó el agro durante toda su vida, allí ladraba y peleaba por su puesto de macho alfa. Envejeció, otros comenzaron a ganar los pleitos, y su cuerpo poco a poco fue cediendo a los malestares. La piel se le llenó de pústulas, los gusanos pululaban sobre su lomo. Decidimos ayudarlo, aunque la gente creía que “el perro ese ya está muerto”. Con esa cruz encima y la negativa de El Negro a moverse de su lugar comenzamos a quitarle las postillas, untarle sábila con vinagre y a darle comida. Era una odisea encontrarlo cada día, el perrito buscaba donde refugiarse para que nadie lo molestara. Lo mejor de todo fue que otras personas se fueron involucrando, las mismas que ya lo habían sentenciado, al ver el progreso, colaboraban en la búsqueda y la alimentación. Hace pocos meses murió de un infarto, pero le alargamos la vida más de un año y le mejoramos el ánimo.

Dulcita con un amigo.

Dulcita apareció en el edificio triste, flaca, con llagas incipientes en la piel y las patas. No estaba grave, aunque se fue desmejorando con los días. Cuando se alborotó la subimos para la casa hasta que pasara el proceso. Entre el cariño y la comida que le dimos, Dulcita se puso hermosa, vital y decidió quedarse. Baja, hace sus necesidades, socializa con algunos y luego sube a reclamar que le abran la puerta.

Son solo ejemplos puntuales para demostrar  que no es tan difícil. Hemos socorrido a unos cuantos sin tener espacio ni mucho dinero; incluso les buscamos protectores. Conozco a otras personas que hacen lo mismo. No es saludable para la lucha por la sensibilización de la sociedad sobre el sufrimiento animal que en un programa estelar salga una doctora calificando de incorrecto un acto humanitario. Lo que no es correcto es dejar que enfermen y mueran seres vivos a nuestro alrededor, sin hacer nada al respecto.

Es realmente emocionante vivir su recuperación y sentir su ternura. El documental recuerda una frase de Anatole France que siempre me ha gustado: “Hasta que no quieres a un animal, una parte de tu alma estará dormida”.

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