Salud y humanidad: divorcio a la cubana

Irina Echarry

Foto: Caridad

La sangre corría por el rostro de mi madre, la presión alta ya se había estabilizado, pero algo la hizo volver a subir: La otorrino que la atendió en el policlínico sugería al médico de guardia en el SIUM (Cuba’s National Integrated Emergency Medical System) que el caso era urgente, había que remitirla rápido para el Hospital Calixto García.

Pero el médico estaba abrumado, tenía muchos pacientes graves, entre ellos un anciano con un accidente cerebro vascular que había que priorizar en la primera ambulancia que llegara, y sintió que la doctora le hablaba de manera impositiva.

Ahí comenzó una discusión entre los dos galenos donde cada uno mencionaba sus especialidades y su competencia en el tema, probada por no sé cuántos años de trabajo y experiencia.  ¿Y mi madre?

Sangrando y la presión subiendo, pero eso no era tan importante.  Sin embargo, resolver los problemas del ego de los dos médicos sí era urgente y lo dejaron todo para hacerlo.

Por supuesto mi mamá comenzó a ponerse nerviosa al escuchar los gritos y la explicación de por qué era urgente su caso, el médico a cada rato le gritaba una orden: tranquila que no pasa nada, usted relájese; y seguía discutiendo.  Tres nitroglicerinas debajo de la lengua la ayudaron a recuperarse físicamente, porque la parte emocional estaba destrozada.

De todos modos no pudimos esperar la ambulancia, que solo transporta a un enfermo por cada viaje, y la que llegara no le tocaría a mi madre, decidimos irnos por nuestra cuenta para el hospital.  Allí la atendieron rápido, le pusieron un tapón en la nariz, tenía que respirar por la boca durante 48 horas, si sangraba nuevamente debíamos volver corriendo para ingresarla.

Cuando llegó el día esperado para retirar el tapón fuimos a donde nos habían dicho que teníamos que ir, pero allí nos informaron que no tenían el instrumental necesario para retirar el tapón, debíamos ir a la consulta que comenzaba a la una de la tarde: eran solamente las 8 y 30 de la mañana.

Por más que intentamos convencer a alguien de que ella estaba muy incómoda, de que la presión la tenía bien en ese momento, que podía alterarse con la espera, que vivimos lejos del hospital, nadie se conmovió, al contrario tuvimos que soportar más gritos de las enfermeras y la presencia de los médicos a nuestro lado sin que sintieran el impulso por resolver la situación.

Esperamos tranquilamente más de cuatro horas, hasta que al fin una doctora que apenas la miró le retiró con destreza los algodones que comprimían su respiración, y salimos.

Ya todo pasó, al menos lo más grave, ahora queda controlar la presión diariamente, evitar que suba.  Y lo haremos por todos los medios.  La experiencia de estar enfermo, enferma.

Nuestros médicos están muy bien preparados en cuanto a la curación física, pero les falta humanidad, ese tener en cuenta que el paciente no es una mesa que hay que arreglar (y que arreglan bien), sino un ser humano con temores, con dolores, con miedo a la muerte.

No sé qué pensar del trato deshumanizado de los médicos, tal vez sea que se sienten con el poder de salvar o no la vida y eso es algo muy grande que no todos estamos preparados para manejar bien, o quizá no sean culpables y no se percaten que durante los estudios los deshumanizan: mientras esperábamos nuestro turno vimos a un grupo de estudiantes que se estaban evaluando.

¿Cómo los llamaban al exámen?  Un médico se paraba en la puerta y decía: pasen el 3 y el 4.  Así, dejaban de ser personas para convertirse en números

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