Mi madre en el “cucarachero”

Irina Echarry

Habitación en el Hospital Docente Clínico-Quirúrgico General Calixto García.

HAVANA TIMES — Sudaba a mares, una intensa ardentía en el pecho la debilitaba. Comenzó a ponerse fría, pálida, sus labios adquirieron ese color morado que asusta… perdió la conciencia.

Aun así, cuando llegamos al policlínico más cercano, la doctora de guardia no la auscultó; aunque le describimos el cuadro que mi madre acababa de padecer, ella la vio llegar caminando, un poco pálida, sí, pero primero habría que descartar una hipoglicemia, luego anemia… A mi reclamo e intranquilidad solo contestaba ―sin dejar de mascar su chicle―: Tranquila, mamita, tranquila, yo sé lo que tengo que hacer.

Me sentía con las manos atadas: ¿grito, me voy a otro lugar aunque quede más lejos? No es la primera vez que enfrento una situación delicada con los doctores de “mi policlínico”.

Al fin, cuando lo entendió conveniente, le ordenó el electro y le puso oxígeno; enseguida los colores volvieron al rostro de mi madre. Ya habían transcurrido más de 40 minutos, del dolor anginoso solo quedaba el recuerdo. La doctora no encontró motivos para remitirla a algún hospital ni para dejarla ingresada en la salita de urgencias del policlínico; y a las tres de la mañana no hay quien salga de Alamar.

Nos fuimos a casa aunque apenas dormimos.

Amanecimos en el Cardiovascular, un sitio donde los trabajadores sonríen, preguntan por tu estado anímico, son amables; desde los médicos y los técnicos, hasta los custodios. Claro, hablo del cuerpo de guardia, donde existen todas las condiciones materiales para que profesionales y pacientes se sientan bien.

Allí, más electros, análisis de todo tipo (con rapidez) y mi madre quedó en Observaciones.

Sentada en la sala de espera de un hospital, me resultaba extraño que el ambiente no fuera opresivo. Al contrario, salvo la conversación de algunas personas alteradas por la gravedad de su familiar enfermo, reinaba la tranquilidad.

A las pocas horas un profesor confirmó que mi madre debía estar ingresada, sobre todo por el síncope que tuvo la noche antes, pero la remitirían al hospital que nos corresponde.

No pude reprimir la frase: ¡Ay dios mío, mi madre en el cucarachero!

Pues sí, a los vecinos de la Habana del Este nos toca curarnos en el Hospital Docente Clínico-Quirúrgico General Calixto García, más conocido por “el cucarachero”.

Una breve estancia en el cuerpo de guardia del Calixto me reafirmó las diferencias entre un centro de salud y otro. La presencia permanente de dos policías nos recuerda que el índice de criminalidad en la Habana no es bajo.

Cada cierto tiempo llegaba alguien vociferando: ¡se desangra, se desangra… una camilla! Primero, los gritos de dolor de un hombre con la tibia dislocada; después, los lamentos desgarradores de una muchacha que supo de la muerte de su madre; luego, un joven que había recibido un machetazo en la cabeza, se la aguantaba con las manos mientras intentaba articular palabras que al final no lograban salir de su boca. Sangre por doquier, camilleros que no acuden rápido a los llamados de urgencias, recepcionistas escandalosas, histeria colectiva. ¿Es aquí donde tiene que estar mi madre?

La pregunta me atormentaba cuando el clínico de guardia salió a conversar con los familiares de los casos de urgencias. La primera impresión fue de alivio, él consideraba que mi madre no tenía nada, no había motivos para dejarla ingresada. ¡Nos vamos de aquí! Luego comencé a pensar que, guiándose por lo bien que la veían, le restaban importancia a lo que tuvo; su imagen se palidez mortal volvió a ocupar mi pensamiento.

¿Y si le repite?

Como llegó al Calixto remitida por otro hospital, en este caso el Cardiovascular, había que esperar la valoración de un especialista que confirmara si volvía o no a casa. Casi dos horas después una cardióloga revisaba el caso y descubría problemas en el resultado del electro de la noche anterior.

¿Y entonces? Así mismo, nos quedamos en “el cucarachero”.

Era doloroso ver el agua de la ducha correr sin cesar, con la cantidad de familias que sufren por su escasez.

El Calixto, con más de 100 años de fundado, está sometido a una dilatada reconstrucción, después de décadas de desidia. Los pabellones destartalados aún perduran pero, en sentido general, y a pesar del reguero constructivo, el hospital intenta dejar atrás su fama de sitio mugriento, abandonado, donde las cucarachas pululan sin límites; una fama que lo ha acompañado por demasiado tiempo. No puedo asegurar que lo logre, lo que sí puedo afirmar es que en la sala de terapia (intensiva e intermedia) mi madre fue bien atendida.

Aunque ubicado en el Vedado, el Calixto es un centro al que acuden pacientes de a pie, personas de pueblo que no pueden pagar los servicios médicos en CUC ni tienen amistades importantes que se los resuelvan, por eso su cuerpo de guardia permanece en constante ajetreo.

La notoriedad de este hospital no ha sido solo por su destrucción y los bichos, también sus profesionales son glorificados por la gente.

Seguramente la remodelación de la sala y el equipamiento nuevo, de calidad, influyan en que los médicos, enfermeros y demás trabajadores de Cuidados Coronarios sean personas afables, solícitas, además de tener vasto conocimiento de su profesión y deseos de seguir aprendiendo.

Durante toda una semana los vimos trabajar, tratar a todos por igual, enfrascarse en su labor a pesar de los bajos salarios. Ni siquiera parecía chantaje emocional del tipo: te doy un trato de excelencia pa que luego me pagues algo.

En fin, que cada cual cumplía con sus funciones y trataba bien a los demás; tal como debiera ser siempre aunque casi nunca sucede. Incluso, hubo una reunión con el objetivo de explorar la opinión de los pacientes y familiares sobre el trato de los médicos y su trabajo.

No sé si esa reunión fue casualidad o si la realizan cada cierto tiempo; pero, acostumbrados a que los planteamientos en reuniones no lleguen a nada, muy pocos opinaron.

Esa sala de cuidados coronarios no está fuera del hospital de mala fama; aunque fue reparada hace poco tiempo tiene deficiencias. Como todos sabemos, los pacientes de terapia intensiva no deben levantarse de la cama ni a orinar; sin embargo, la sala no dispone de mamparas o biombos, para cubrirlos mientras hacen sus necesidades fisiológicas en la cuña; tuve que hacer actos de magia durante el baño para frotarle bien el cuerpo a mi madre y, a la vez, evitar que el de la cama de enfrente le viera los pechos.

Veo peligrosa la entrada de vendedores ambulantes a las habitaciones donde están las camas de los enfermos de terapia intermedia, la mayoría de las veces ofrecen productos que los pacientes tienen prohibidos.

El televisor no funciona; según uno de los médicos, los pacientes y sus familiares no cuidan lo que hay y algunos se llevan cosas como, por ejemplo, el mando del televisor o algunas piezas del baño. Por eso, como el televisor está en alto, comenzaron a utilizar un palo para llegar al botón de encendido… hasta que le abrieron un hueco. Y quizá también por eso en el cuarto donde estaba mi madre la ducha nunca cerraba.
Era doloroso ver correr el agua sin cesar, con la cantidad de familias que sufren por su escasez.

De nada sirve culpar a los pacientes y familiares y excluir del robo a los trabajadores, a estas alturas eso es secundario. Si dejan acumular los problemas, el Calixto, a pesar de sus buenos profesionales, seguirá siendo “el cucarachero”.

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