Irina Echarry

HAVANA TIMES, 25 abr — Con exacerbado metodismo y venciendo cualquier obstáculo Graciela acude a su ritual a la hora precisa: todos los días a las seis y media de la tarde enciende su televisor Panda (ganado con mucho sacrificio en su centro laboral) y no lo apaga hasta que termina la última telenovela.

Allí, sentada en el sofá dormita la digestión de la comida, asiente orgullosa frente a las reflexiones de Fidel, sufre por la enfermedad de Chávez y rememora sus años de entrega total a la causa revolucionaria. Hasta que le toca el turno a la primera telenovela.

Los estados de ánimo le cambian frecuentemente; lo que no varía es su rutina televisiva.

Es una caravana que se compone de: mesa redonda, noticiero, telenovela 1 (la del canal Cubavisión: un día es cubana, otros días brasileña), telenovela 2 (la del canal 27, generalmente de Brasil) y telenovela 3 (la de Multivisión, hasta hace unos días era argentina).

Graciela es una profesional que pasa sus días trabajando. Apenas sale a pasear porque en Alamar el transporte siempre ha sido pésimo. En un tiempo no tuvo televisor y dedicaba las noches a la lectura. Ahora sólo desea llegar a casa y encender el Panda.

Como ya tiene más de 60 años, su audición ha disminuido, por lo tanto el volumen del televisor aumenta. Como Graciela hay montones de personas en el mundo, y también en Cuba. Hacer una visita en el horario de la novela es inútil, no se puede conversar con nadie, todos están frente al televisor embobecidos.

Cuando yo era pequeña apenas había telenovelas en la programación, si acaso una. Pero hace bastante que son el plato fuerte de la vida del cubano. Las telenovelas son lo mejor para no pensar en nada profundo, para despejar la mente o simplemente para “endramarse” con problemas ajenos y pasar por alto los propios.

Lo que me hace pensar que bien puede ser una orden venida “de arriba” la que hace que las telenovelas nunca falten. Cada capítulo incide directamente en la vida, la conducta, la moda, la manera de pensar el mundo, y hasta en la ideología de quien las ve.

Algo contradictorio: Graciela dice que se siente a gusto viendo esas boberías, así olvida sus frustraciones y su desencanto; sin embargo, las telenovelas recalcan que el mundo es de los vencedores. Es como para pensar, pero Graciela no lo hace, prefiere enajenarse con frases como estas:

– fulano, el novio de mengana, es de buena familia
– la boda de mi hija tiene que ser la mejor
– mi vida no tiene sentido sin él
– no te lo perdonaré nunca

Por más que intento no puedo entender qué hace una profesional inteligente que en su juventud fue transgresora escuchando noche tras noche frases trilladas, viendo personajes encartonados y conformándose con vistas turísticas de Brasil.

Graciela sabe que las telenovelas en su glorificación de la banalidad tienen una fuerte carga moral, imponen valores e idealizan sentimientos. Los guionistas resuelven los conflictos recompensando lo bueno y castigando el pecado; sin embargo, ella no deja de verlas.

Me resulta tan gracioso escuchar a la gente que apenas tiene para sobrevivir, comentando los problemas de la hija rica y loca del presidente de una gran compañía, o deseando con pasión que el heredero de una gran fortuna se case con la sirvienta (aunque desde el primer capítulo se sepa que eso sí va a ocurrir. Porque si algo tiene las telenovelas es que no engañan a nadie, la gente sabe que se sienta a ver un mundo ficticio).

Hace poco en una guagua dos mujeres hablaban de los personajes de una telenovela como si fuesen parte de su familia, justificando a alguno e injuriando a otro.

Lo más seguro es que en su vida privada esas mujeres tomen de esos capítulos los patrones para saber lo que es correcto o no.

Las telenovelas cubanas son menos acogidas por el gran público. A Graciela por ejemplo no le gustan porque no le hace gracia sentarse a ver lo mismo que ve en la calle. Pero no deja de ponerla.

La mayoría de las telenovelas extranjeras que se exhiben en Cuba tienen una imagen agradable y reflejan menos problemas de los que hay en la realidad cubana, al menos son problemas que nos son ajenos y eso conquista al público.

Un público heterogéneo (en cuanto a sexo, grado de escolaridad, niveles de vida), que con el paso del tiempo ha comenzado a darle gran importancia al físico, a lo superficial y a lo foráneo, los personajes que ven diariamente en la pantalla marcan la pauta a seguir en cuanto a belleza, relaciones personales o sentimientos.

No importa que en la vida real choquemos con algo distinto y que esto provoque cierta incertidumbre o ansiedad, cuando llegue la noche volverán a convencernos de que así es como se debe lucir, así es como debe ser una madre, o de las cosas que nunca deben suceder en un matrimonio.

Enajenada con las vistas edulcoradas de Brasil o el melodrama argentino pasan los últimos años de la vida útil de Graciela y no sé si ella se da cuenta.

Aunque cuando en la cuadra siento retumbar los gritos y las risas de la novela, veo las calles desiertas en ese horario, y escucho los comentarios de mis vecinos pienso que la enajenada debo ser yo.

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