Hablando bajito

Irina Echarry

Anciano cubano. Foto: Caridad

No conozco su nombre, pudiera llamarle  Ramón, eso es lo de menos.  Es delgado, moreno y aparenta tener muchos años encima.  Lo veo diariamente sentado en el muro, frente a la panadería, rezongando bajito sus problemas.  En la mano un vaso con el líquido que hace hablar sin inhibiciones.

En ese muro, el hombre pelea contra los demonios que lo acosan.  Discute con gente invisible (un día es el Delegado del Poder Popular, otro la esposa o algún joven que “no sabe nada de la vida”). Debate asuntos fundamentales para su libertad como individuo reclamando su derecho a “sentarme donde quiero, a nadie le importa lo que  haga.”

Lo he visto mover sus manos desesperadamente, diciendo “a mí nadie puede hacerme un cuento, yo me las sé todas en esa empresa.”  Pero siempre lo hace sin apenas levantar la voz, como si estuviera cansado o no quisiera molestar al otro.

Ramón está habituado a beber, desde niña lo observo y sé cómo se ha ido deteriorando su aspecto.  Lo que llama la atención es que nunca se ve atrapado por la euforia que generalmente provoca el alcohol.

Es un hombre angustiado por asuntos laborales, familiares o de otra índole que no sabe de qué manera resolverlos y cree que bebiendo puede llegar a alguna conclusión.  Como no lo consigue, al día siguiente vuelve a intentarlo.

Así transcurren los días, las semanas y los meses de la vida de este señor tan metido en sus líos internos.  El muro donde se sienta (ya lo dije), está frente a la panadería.

El mes de enero ha sido problemático para comprar el pan nuestro de cada jornada, las colas han sido más largas, la gente ha estado más alterada que de costumbre, ha habido menos pan a consecuencia de la escasez de harina en el país.

Sin embargo,  Ramón no se ha sentido perturbado.  Ha continuado en su rutina como si estuviera paralizado.

Verlo así, tan tranquilo, me ha puesto a pensar que no es bueno estar tan ensimismado.  Si todos nos conformamos con rumiar bajito nuestros problemas a gente invisible, sin sentirnos interesados por nuestro entorno, nunca lograremos que la vida mejore, no solucionaremos nuestros conflictos internos y mucho menos los problemas colectivos que nos atañen a todos.

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