Guajiros hablan de género en Cuba

Irina Echarry

HAVANA TIMES — Ya es común en la ciudad escuchar hablar sobre machismo o violencia intrafamiliar aunque eso no signifique su erradicación.

También en el campo existe un alto por ciento de tolerancia hacia estos males; hombres y mujeres naturalizan esquemas repetidos de generación en generación, roles y conceptos impuestos desde la niñez y acuñados como correctos.

Para pensar sobre estos temas el viernes 15 de marzo la sala del cine 23 y 12 se vio invadida por gran cantidad de público. Diversidad de edades, géneros y razas se reunieron para ver el documental Guajiros… de donde crece el amor, del Proyecto Palomas.

Al ver el cine repleto y la buena energía que emanaba de la gente me alegré; mientras más personas se involucren en la lucha por la equidad de género, más cerca estaremos de lograrla.

En sus ambientes naturales, un grupo de hombres de diferentes zonas rurales del país conversa sobre cómo entiende la relación de pareja, qué repercusión tiene en su trabajo, en su forma de ver la vida, cómo han influido los talleres de género en su trato con las mujeres y, sobre todo, hablan sin tapujos de dolores, arrepentimientos y nostalgias.

Hombres no acostumbrados a las cámaras cuentan sus testimonios; algunos más agudos en sus cuestionamientos, otros más sufridos, otros juguetones.

A pesar de que la dramaturgia del documental se apoya en los valores clásicos del guajiro: jaranero, trabajador, pícaro, noble, con una torpeza que linda en la ternura, es sabido que los hombres de campo pueden ser, al igual que los urbanos: rudos, agresivos, degustadores de alcohol, y muchos ven la pareja como una propiedad.

¿Hay tanta diferencia en cuanto a la actitud hacia la pareja entre un hombre de ciudad y uno rural?  ¿Es el lugar donde vive lo que predispone a un hombre para que desarrolle comportamientos hegemónicos?

Es cierto que en la ciudad hay acceso a otras vivencias, pueden tomarse como referentes otras dinámicas que al campo no llegan.  Pero los medios insisten en marcar una gran distancia entre unos y otros y, como casi siempre, el discurso sobre el hombre rural pasa por la caricatura, pues los sentimos muy lejanos.

Según el documental, la llegada de los talleres de género a las zonas campestres ha provocado un cambio importante en la vida de esas comunidades. En lo personal no dudo que así sea, pero de ahí a pensar que el cambio ha sido radical, es otra cosa.

Estos guajiros hablan sobre machismo: algunos dicen que es una tradición; otro se arrepiente de las agresiones a su esposa; uno pregunta –con cierta de ironía– si el machismo puede ser hereditario, y otro afirma que la culpa es del patriarcado.

Los entrevistados son vaqueros, agricultores, veterinarios, ganaderos o dirigentes de cooperativas; es de destacar que pocos se ven muy humildes –entre los más pobres hay uno que apenas habla porque el llanto se lo impide–.

La mayoría clasifica en lo que pudiéramos llamar guajiros triunfadores. Muchas preguntas surgen de pronto: ¿es así como piensan todos los guajiros de esas comunidades? ¿No habrá alguno que siga creyendo que la mujer tiene que obedecerlo? ¿Por qué no entrevistan ­o al menos mencionan a los que no quieren pasar los talleres?

En mis numerosos viajes a zonas intrincadas de Pinar del Río he encontrado gente muy buena, hacendosa, sincera, hospitalaria, sin embargo cuando se menciona el tema gay les brota un odio inenarrable y sus chistes, la mayoría de las veces, son homófobos y sexistas.

Por eso creo que una falta en Guajiros… es la visión sobre los homosexuales, aunque uno de los vaqueros –con gran valentía– se declara diferente y dice que vive con su pareja, no se profundiza en cómo lo ven los otros –los héteros–, y cómo enfrenta ese guajiro gay su cotidianidad.

De todas formas es un acercamiento diferente a la vida en el campo, ese medio duro, de privaciones. Al decir de uno de los vaqueros no tiene nada que ver la imagen bucólica de los poetas sobre la vida rural con la realidad de vivirla y sufrirla.

Al final, con los créditos, llega el turno de las esposas. Ninguna refiere a las conductas autoritarias y violentas que muchas mujeres demandan de los hombres, ni mencionan resistencia al cambio de valores, ni siquiera dicen si a ellas les interesaba que sus esposos cambiaran.

Hablan poco y todas coinciden en que la pareja debe estar unida, que el amor es fundamental, algunas cuentan brevemente cómo se encargan de las fincas y asumen tareas fuertes.

En fin, aparentemente ya no hay conflictos entre las parejas de esas comunidades donde tanto hombres como mujeres se expresan muy bien, aman el campo profundamente (no hay nadie que haya dejado la vida rural o al menos quiera irse, solo un niñito expresa disgusto). Los hombres rompen con creces el estereotipo de que los machos no lloran, hay demasiadas lágrimas para mi gusto.

Seguimos esperando un material que no vaya a los extremos, muestre la realidad en toda su diversidad, y explore el ser humano y su entorno sin sensiblerías.

Tal parece que los talleres de género tuviesen el efecto de una varita mágica. Y repito, sé que generan cambios, pero siento la falta de equilibrio en el audiovisual.

Por eso me quedé esperando el debate anunciado para el final, hubiese sido bueno que los protagonistas –presentes en la sala– expresaran sus ideas sin la manipulación de la cámara y que todos/as los que quisieran dijeran su desacuerdo o aprobación por la equidad de género, el machismo o a la violencia intrafamiliar en los campos de Cuba.

Estoy segura de que nos perdimos muy buenas historias.

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