El machismo raro de Cuba

Irina Echarry

HAVANA TIMES — Maura casi se persigna cuando escucha a la vecina gritarle al novio en plena calle. Si yo le hago eso a Jose –exclama–, el bofetón no me lo quita nadie; a los hombres hay que respetarlos.

Es curioso, hace poco Maura me confesó que es dueña de su vida y no le debe nada a nadie; ella se ufana de trabajar desde jovencita y criar dos hijas prácticamente sola. Su manera de hacerse respetar es un poco belicosa, pero sin dudas exige su lugar en este mundo. Es frecuente esa actitud de madre luchadora y mujer independiente; tampoco es extraño percatarse de que su batalla por la autonomía termina cuando aparece su esposo, pues la combativa muchacha se transforma en una dócil señora, solo preocupada por satisfacer al “papi”.

Maura no muestra especial interés en averiguar qué la hace mujer, le basta confirmar que tiene “bollo”. Cada cierto tiempo se cambia las uñas postizas o le hace algún tratamiento a su cabello; aunque no salga a ninguna parte, hay que estar bonita.

Está claro que Maura simboliza a muchas mujeres cubanas. Esas que encontramos en la calle, las colas, las escuelas, las oficinas o el surco; consultando en un hospital o a pie de obra en la construcción de un edificio de microbrigada, en la dirección de una empresa importante, de investigadora en un centro científico o realizando las tareas domésticas.

Esas mujeres no quieren saber cómo llegamos hasta aquí, el día a día es su meta. Desconocen que en Cuba hay varias personas enfocadas en el estudio del feminismo según aparece en los libros y los expertos lo han descrito; y en trasladar esos conocimientos a un nivel entendible para profesionales o estudiantes universitarios. Esto es algo loable, sin dudas, pues facilitará que la intelectualidad del futuro tenga conciencia de la importancia de la equidad de género, el trabajo en equipo dentro del hogar, el respeto, etc.

Pero a menudo me pregunto qué se puede hacer para que las mujeres como Maura no se queden lejos de esos conceptos de igualdad y sororidad. La lucha por la superación de muchos de los problemas que afectan a las cubanas se enfrenta a la ignorancia general de los propios problemas.

La mayoría de las veces no somos conscientes del sometimiento al varón, lo hemos naturalizado y ha pasado a formar parte de nuestra “cultura”. Es raro este machismo cubano que subsiste aún cuando las mujeres trabajan en la calle, perciben igual salario que los hombres por un mismo empleo, son mayoría en las universidades, tienen derecho a decidir sobre sus cuerpos, etc.

Las causas deben ser varias, pero se me ocurren dos fundamentales: el desamparo legal en aspectos específicos de nuestro género, y la educación no enfocada en el pensamiento sino en la memorización y la acumulación de conocimiento. Una lleva a la otra y se convierte en un círculo del que es difícil salir.

En muchos países existen leyes que ayudan a criminalizar ciertas actitudes que antes tenían impunidad, como la violencia doméstica, el maltrato físico y psicológico a mujeres y niñas, y el acoso sexual. Pero en Cuba eso no sucede, por el contrario, la oficialidad oculta cifras, conflictos o denuncias sobre el asunto.

Lo más que hemos logrado es sacar a la luz (reconocer) que existe la violencia intrafamiliar, pero no se articulan mecanismos legales para terminar con ella.  El 14 de marzo, la administradora del PNUD exhortó a tipificar esa violencia como un delito, ¿Qué ha hecho Cuba al respecto? No se sabe.

En otros lugares del mundo las personas se agrupan para exigir el cumplimiento de las leyes, su derogación, reforma o creación. Aquí la ciudadanía está al margen de esas decisiones, es común escuchar esa máxima que reza: las leyes no se discuten, como si todo el tiempo viviéramos en zafarrancho de combate.

En las escuelas nos atiborran con datos, números y citas de autores o héroes que ya no viven o que están alejados de nuestra realidad. ¿Por qué pretender que sea alguien (generalmente hombre) de un siglo lejano –por muy sabio, profeta o vidente que haya sido– quien le hable a las mujeres de esta época?

Lo mejor sería conocer qué pasa ahora en el mundo con respecto al tema, qué sucedió en Cuba para que las mujeres tuviéramos los derechos que alcanzamos y, además, comprender el por qué de la ausencia de otros también importantes. Para eso no hace falta que un líder, cuyo modo de vida no tiene que ver con el de la mayoría, nos diga una frase supuestamente bonita o halagadora; eso no ayuda en nada, no nos forma como sujetos activos, no nos da herramientas para la lucha por la verdadera emancipación.

¿Genera inquietud escuchar reiteradamente las cifras de las cosas positivas que disfrutamos? Claro que no, lo que hace es sumirnos en la inercia y la apatía porque, si todo está bien, no hay que mover nada.

Si nuestra educación se basara en despertar el interés por pensar, buscar soluciones, comparar, indagar… entonces seríamos mejores ciudadanas y los estudios académicos sobre feminismo irían acompañados de un fuerte activismo social.

Así, Maura y tantas otras, podrían decidir si continúan su vida de mujer trabajadora, madre luchadora y esposa complaciente, o si rompen de una vez las ataduras que implica la dominación.  Tendrían la opción de escoger cómo quieren ser mujer, si por su “bollo” o por su dignidad y orgullo de género.

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