Después del tornado que sufrió La Habana

Irina Echarry

HAVANA TIMES – Alfredo no podía creer que hubiera tomado tan poca agua en estos días. Él, que siempre bebe más de dos litros diarios, había tenido que conformarse con apenas unos vasos. Después del tornado escasea todo, menos la desgracia; las donaciones no habían tocado a su puerta y el Estado solo había enviado funcionarios para anotar los estragos en la vivienda; anotar fríamente palabras sueltas: ventanas, puerta, tanques de agua, etc.

Algunos protestaban, porque a ciertos lugares de Regla, como La Embajada, donde las personas quedaron a la intemperie y a la buena de Dios, se dirigían casi todas las donaciones; y no eran los únicos necesitados.

Las cifras son escalofriantes, más de 5000 viviendas fueron perjudicadas, de ellas 505 derrumbes totales y 757 parciales en los cinco municipios por donde pasó el evento. Además de afectaciones en los techos, paredes, cables eléctricos, etc. De día y de noche trabajan las brigadas de linieros, telefónicos, empleados de Comunales, voluntarios. No hay descanso. Las calles están más limpias y casi todas las familias ya tienen los servicios básicos restablecidos.

Alfredo recuerda la mañana después del desastre, que caminaba por la avenida de Regla y vio un camión repleto de botellas de agua; se acercó y pidió una. Lo siento, esto es para los afectados, le dijeron. Y él contó su situación, pero la muchacha le respondió: ay lo siento, de verdad, es que están contadas. No había nada que entender, se marchó.

Por suerte, esa realidad cambió después de unos pocos días, no es que fuera tan masiva, pero a su casa empezaron a tocar la puerta varias personas con ayuda. Agua ¡al fin!, comida, ropa y hasta oraciones. Es increíble que el Estado no haya priorizado el agua potable en todas las zonas.

Se puede comprar huevos, es verdad, a 27 pesos el cartón; pero ¿y las personas que lo perdieron todo, hasta el monedero? También venden panes con algo a menos de dos pesos, o arroz con algo por cinco. Algunos prefieren cocinar en casa, comida de emergencia, pero comida casera, así la sensación de desamparo se atenúa.

La cola de los huevos siempre es bajo el sol, frente a la bodega. Casi todos se conocen e invierten el tiempo en reírse de la situación. Se burlan de José, que no soltó el plato de comida ni en medio del tornado, al contrario, corrió para el baño y allí continuó comiendo; luego salió y tapó la cazuela de espaguetis que el viento había descubierto. Y hacen chistes con el aire acondicionado que cayó a un balcón ajeno; o con la mata de aguacate que dividió la casa en dos, una parte de la familia en un lado, el resto en el otro, y no dejaron de comunicarse a gritos.

 Cuentan que a Juanito el aire lo sacó del kiosco y vino a caer junto al busto de Martí; él está grave en el hospital, pero a Martí no le pasó nada, al contario, está más blanquito, el agua lo limpió. También comentan sobre la escasez de huevos, dicen que siempre las gallinas se estresan con estos eventos climatológicos y ahora ha sucedido lo contario, “el estrés les dio por poner”, los huevos aparecieron de repente, después de semanas sin poder comprar. ¿Será que estaban guardados? El humor ayuda a exorcizar demonios, tristezas. 

El dependiente se cree con poder. No hay ciencia ninguna para vender huevos, él lo dilata por gusto, no basta con la tragedia que han vivido, también deben soportar eso. Amenaza: fíjense, es un cartón por persona, pero yo les voy a vender dos, a la primera bulla doy uno solo. Saco el celular y hago una foto, de repente una mujer dentro del kiosco lamenta que yo esté “filmando así a esta pobre gente, eso no se hace”.

Saqué una foto de ustedes, de la venta de huevos, digo. “¿Quién tú eres? ¿por qué lo haces, esta gente no merece eso, nadie sabe qué tú vas a hacer con eso”, dice en mala forma, alentando a los demás a intervenir. Pero la gente le grita que “sacar fotos está permitido, hasta la ministra de Comercio Exterior lo dijo hace poco”, “que filme y bien, y que luego lo suba, pa que to el mundo se entere de cómo vivimos”.

Toca el turno de Alfredo, pero otro hombre se aproxima y lo dejan pasar primero. Pero ¿y eso?, pregunta. Y la señora que cuida la cola se vira descompuesta: él sí es ‘dañificado’, a mí me dijeron que tiene prioridad. La señora, dudando, empieza a mover sus manos y no para de hablar:

-Las personas se aprovechan de las desgracias pa revender los productos, hay una pila de gente que no tienen nada, ni viven aquí  y se hacen pasar por…

-Señora, por favor, aquí todos somos vecinos, ¿de qué está hablando? Todos fuimos afectados.

-Pero él tiene una herida, él sí es ‘dañificado’, no como algunos que están aquí…

-Usted no sabe lo que vivimos esa noche, señora.

En la cola le aclaran que Alfredo sí vive ahí, que incluso en su casa hay gente hospitalizada. Pero no están aquí, que las traiga, dice la señora que cuida. Una mezcla de insultos y risas terminan con aquello. Alfredo compra sus huevos y se va pensando que es casi una desgracia no “parecer” damnificado.

En unas horas todo cambiará para él. Un familiar le envía dinero de EE.UU; los amigos le ayudan a improvisar una puerta para el balcón. Recibe la visita de jóvenes conocidos y desconocidos, de religiosos, de artistas.  Llega la electricidad a su edificio y con ella el agua. Luego, el Ministerio de la Construcción le entrega las cuatro ventanas que perdió y una puerta de aluminio para el cuarto, todavía no conoce cuánto debe pagar, pero sabe que una brigada estatal las pondrá… y así… ha sido una cadena interminable de apoyo y solidaridad.

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