Cuando la prensa cubana se vistió de rojo

Irina Echarry

Portales de la calle Monte. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — El último sábado de marzo una petición oficial sorprendió a los oyentes habituales de Radio Reloj: se solicitaba la ayuda de la población para aclarar un crimen ocurrido dos días antes, en la Habana Vieja.

El domingo siguiente amanecimos con la noticia de que “un equipo multidisciplinario del Ministerio del Interior que, de conjunto con el Instituto de Medicina Legal y el apoyo decisivo de nuestro pueblo, en apenas 24 horas esclareció el hecho y detuvo a su autor”.

Un muchacho de 23 años (sin antecedentes penales) mató con un “objeto contundente mientras dormían” a tres personas: un hombre de 43 años, una mujer de 64 y un niño de 10.

Fue raro escuchar sobre el tema en la prensa nacional, la crónica roja desapareció de nuestros periódicos y revistas hace muchos años. No soy de las que piensa que los medios de comunicación deben hacerse eco de cada asesinato, hurto o asalto que se produzca en el día; lejos de dar transparencia el resultado sería una dosis más de monotonía para nuestra aburrida prensa; además, la reiteración constante le quitaría importancia a los hechos.

Tampoco estoy de acuerdo con ocultarlos, el aumento de la peligrosidad en las calles es notable y tenemos derecho a saber a qué estamos expuestos. En páginas como la ONEI debiera ser posible consultar los índices de criminalidad del país, con datos serios, por supuesto.

Dejando atrás la sorpresa de la publicación, la nota informativa tuvo un enfoque totalmente desacertado. El Ministerio del Interior aclaraba que el homicida “mantenía relaciones estrechas” con el occiso, y luego acentuaba: “durante los interrogatorios confesó que su actuación estuvo condicionada por un móvil pasional”.

En una sociedad machista, económicamente asfixiada, donde el trabajo honrado no garantiza lo mínimo para sobrevivir, con una juventud enajenada, apática y sin esperanzas de futuro, es común la recurrencia de hechos de sangre.

En los barrios perífericos, las noticias de muertes o lesiones graves como resultado de broncas y rencillas personales son el pan diario. No hay visita al Reparto Eléctrico en que no me entere de un asalto o algún ajuste de cuentas; lo mismo sucede en La Güinera, Mantilla, Párraga, San Miguel del Padrón. Casi cualquier discoteca o lugar de “esparcimiento” puede devenir en cadalso.

Hace poco, a través de correos electrónicos y memorias flash, viajaron imágenes del cadáver de una muchacha de Artemisa; asesinada por el ex-novio, su cuerpo colgaba de una reja cerca de la iglesia. En Alamar, en menos de un año he sabido de tres casos; en uno la víctima fue una adolescente apuñaleada por el novio, quien la escondió en la cisterna de un edificio; la policía estuvo varios días averiguando entre los vecinos hasta que hallaron al agresor.

Es más, el último lunes de marzo en la propia Habana Vieja, específicamente en Compostela y Muralla, una mujer fue asesinada por un hombre; y el mismo domingo que emitieron la mencionada nota, cerca de una tienda de la calle Monte, otro hombre clavó varias veces un objeto punzante en el cuerpo de una mujer.

Generalmente los motivos son los mismos: celos o despecho por ser abandonado… en fin, lo que llaman crímenes pasionales. Sin embargo, ninguna de estas desgracias se han radiado ni han sido publicadas en la prensa escrita o digital, ni siquiera son reconocidas oficialmente por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) en sus estadísticas.

¿Acaso hacía falta el detalle? Teniendo en cuenta que no se trataba de un capítulo de la telenovela de turno, el móvil no era importante. No quiero pensar que para el Ministerio del Interior sea un agravante que un hombre mantenga “relaciones estrechas” con otro.

El énfasis de la nota oficial y luego la frase final reiterando que “hechos como este jamás quedarán impunes y que sobre su autor caerá todo el peso de la justicia revolucionaria”, han dado pie a comentarios homófobos, discriminadores y, sobre todo, nos han hecho recordar que las UMAP pueden renovarse en cualquier momento.

El pueblo cubano, mal que nos pese, no respeta la diversidad. No importa el nivel cultural ni el medio donde nos desarrollemos, la mayoría de la gente rechaza la homosexualidad y provoca, intencionalmente o no, el sufrimiento de los que gustan del mismo sexo. No es secreto, a pesar de que ahora la comunidad LGBTI cubana tiene un poco de visibilidad, sigue siendo objeto de represión policial, humillación social, burlas y rechazo familiar.

Entonces, ¿de qué sirve hacer campañas -oficiales o alternativas- contra la homofobia, defender el derecho a las operaciones de cambio de sexo, hacer promociones de salud donde se aclare que el SIDA no es una enfermedad de gays, apropiarse de ciertos sitios como “zonas de tolerancia” (la playa Mi Cayito, parque de la Fraternidad y la acera frente al Capitolio, etc.), batallar con la familia y amigos para que no juzguen a los gays por su orientación sexual sino simplemente como seres humanos?

Tanta lucha para que luego una sencilla nota informativa relacione la violencia y los crímenes pasionales con la homosexualidad, y exacerbe los comentarios discriminatorios de la gente en la calle. Esas pocas líneas publicadas nos hicieron retroceder unos cuantos años.

Estoy esperando con ansiedad el 17 de mayo, día internacional contra la homofobia, seguro habrá alguna declaración del CENESEX porque, hasta ahora, no se ha pronunciado.

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