Carnavaleando en una noche de verano

Text and Photos by Irina Echarry

Antes del carnaval.

El carnaval de verano es una forma barata de divertirse, una opción para la gente del pueblo (los que viven de su salario mensual) que no tienen dinero para ir a otros lugares donde el pago es generalmente en divisas. Aunque también van personas de todos los estratos sociales, cualquier ideología, orientación sexual, diferentes razas, todos mezclados disfrutando del calor del mes de agosto.

Decidida a hacer un fotoreportaje para Havanatimes, me dispuse el domingo a insertarme en la última jornada del Carnaval, con ánimos de cambiar la rutina. Pero ¿qué me encuentro cuando decido bajar por Malecón caminando hasta el Parque Maceo?  Lo mismo a lo que estoy ¿acostumbrada?

El muro, como siempre, lleno de mujeres y hombres que conversan y beben, de niños que juegan o lloran. Los vecinos de la acera del frente amablemente sacan sus bafles para los balcones y Daddy Yanquee se escucha hasta en Puerto Rico. Algo raro sí percibo, una agresividad latente que penetra mis nervios.

En la guagua en que salí de Alamar se gestó una discusión que terminó en bronca en la parada de la salida del túnel. Cuatro personas (hembras y varones) contra un tipo. No miré, pero desde ese momento mi pecho comenzó a oprimirse. Luego, caminando, sentí que la agresividad era la invitada de la noche, la gente manoteaba, hablaba alto y escuché frases como estas: yo sí voy pa arriba de la caliente, no tengo miedo a ná. Aunque debo reconocer que solo fueron palabras, no hubo más peleas.

Carnaval 2010 en La Habana

Una vez en el Parque Maceo es cuando en verdad comienza el fluir de la gente de un lado a otro, como buscando algo que no encuentran o tal vez sí. Hay kioscos vendiendo comidas, diferentes tipos de cerveza (enlatada, en botellas, dispensada), rones y chucherías con las colas habituales aunque sin tanta aglomeración.

Algo tradicional en los carnavales son las carrozas y las comparsas, las máscaras y los muñecones. No había de todo, solo algunas luces de colores daban la idea de la fiesta. A pesar de los deseos de hacer, la imaginación no puede reinar como debiera. Quizá la falta de recursos o la falta de gestión o qué sé yo, lo cierto es que el diseño de lo que se mueve en los desfiles es bastante aburrido.

Hablando de comparsas, estuve más de una hora esperando que comenzaran a bailar, quería ver la legendaria comparsa del Alacrán, entre otras. Ahí estaban los bailarines con vuelos y faroles. Me detuve frente a una carroza contenta de haber conseguido un buen lugar para ver, pegada a la baranda y solo pude apreciar los contoneos de los cuerpos con el reguetón. El verdadero protagonista de la noche era ese ritmo monótono que sustituía a la tradicional rumba o la conga con la que se arrolla por la calle y que une a la gente en el baile aunque no se conozcan.

Carnaval en La Habana.

Pero el reguetón también une: todo el mundo lo baila, se mueven de la misma manera, tararean las misma letras (algunas graciosas, otras casi inentendibles, muchas agresivas).

Al principio me pareció un buen espectáculo, pero resultó tan repetitivo que en algún momento no supe qué hacer para que no se notara mi tormenta, en definitiva al carnaval se va a divertirse y la mayoría lo logra. Menos los policías, que con su juventud tenían el susto reflejado en el rostro.

Quizá para el próximo pueda bailar reguetón, si me pongo lo logro. Pero sucede que no le encuentro gracia a mover tanto las caderas sin objetivo alguno, solo impulsada por el sonido, repitiendo el movimiento como hipnotizada o subyugada por algo poderoso que acelera mi ritmo cardíaco y me impide pensar.

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