Sobre cambios de estilo de vida y viajes en Cuba

Graham Sowa

HAVANA TIMES, 3 mayo – Durante la última semana de vacaciones de nuestra escuela decidí viajar. En el pasado viajaba con frecuencia. Incluso las complicadas políticas de viajes de ser un estudiante en Cuba ya son una rutina para mí.

Viajé únicamente con una mochila, pero sentí todo el viaje pesado por el sentimiento de no pertenecer estando fuera de Cuba.

Mis pensamientos estaban con mis amigos cubanos que no pueden viajar, y un sentimiento de culpa por disfrutar de una educación en su país, pero con los privilegios de mi pasaporte. También pensé en términos de razonamiento económico, que el dinero gastado en el viaje podría tener otros usos en la sociedad.

Estuve analizando eso brevemente la semana pasada. Saco las conclusiones de que los que tenemos el privilegio de viajar, probablemente merecemos realizar un poco de auto-reflexión sobre este tema.

Cuando era muy pequeño decidí que una gran cantidad de posesiones materiales no estaban en mi futuro. Me sentía intrigado por la riqueza, la tecnología y los juguetes que hacían, pero no arrastrado por ellos como una luz que guía mi camino en la vida.

Cuando cursaba mis estudios en el preuniversitario y la universidad sentí más deseos de cambiar mis preferencias en la vida para estar más acorde con lo que yo consideraba debía ser un mundo más justo.

Ya saben, que muy pocas veces alcanzamos y atribuimos constantemente por error el consejo de “ser el cambio que quieres ver en el mundo”.

Pasé los últimos dos años de la universidad en un catre militar, viviendo en un viejo remolque, y manteniendo las ventanas abiertas en medio del calor de Texas en lugar de encender el aire acondicionado.

Era muy satisfactorio recibir la factura de electricidad de 40,00 dólares al mes por mi piso compartido de dos dormitorios cuando los demás pagaban 250,00 dólares. Mi compañero y yo nos considerábamos modelos de eficiencia.

Al llegar a Cuba me molestó tener cerca del oído la queja de los demás estudiantes (especialmente los estadounidenses) sobre las condiciones de vida en grupo, camas pequeñas, y la falta de “espacio”.  Traté de no resentir a nosotros mismos por las quejas y las maletas de la cultura material que hemos traído a Cuba.

Después de todo, se supone que nuestra delegación esté compuesta, en su mayoría, por ciudadanos norteamericanos de  “escasos recursos económicos”. Sin embargo, escuchar y, obviamente, participar en el lloriqueo, nos demuestra que “los menos privilegiados”  todavía están incluidos en la definición del mundo “privilegiado”.

Parte de ese privilegio es la capacidad de consumir los servicios, aunque no se acumulen los bienes. Estoy obligado a pensar en cualquier otro servicio que consume más recursos que viajar.

Siento que poder viajar es el mayor abismo que separa mi estilo de vida con el de mis amigos cubanos. Y no me gusta sentirme separado de ellos, me siento culpable de no poder hacer más.

El sentimiento, incluso, se extiende más allá de la culpa que estoy seguro muchos podrían creer que no debo sentir. Como resultado de vivir en Cuba, frecuentemente pienso en los oportunos costos que mis acciones individuales pueden tener en la sociedad.

Sé que viajar y moverse de un lugar a otro requiere gran cantidad de recursos de los que la sociedad podría beneficiarse más eficiente, de otras maneras. El argumento en contra del consumo de los servicios puede ser también económico y racional, siempre y cuando uno esté dispuesto a renunciar al deseo individual al cargar los impactos.

Problematizar los viajes es sin duda polémico. Sigo creyendo que las ideas generales a favor de los viajes son mejores que los argumentos en contra. Incluso la ideología en el Gobierno de Cuba no puede resolver este asunto complicado.

Los ciudadanos cubanos necesitan un permiso del gobierno para poder viajar, mientras  al mismo tiempo, ese mismo gobierno, a nivel internacional, promueve los viajes a la Isla.

Llegué a Cuba pensando que estaba listo para tener un estilo de vida pobre y convertirme en médico mientras hacía esto. Sé que la creación de un mundo más equitativo implica cambios de estilo de vida.

Aquellos que consumimos más recursos que la mayoría de los habitantes más marginados de nuestras sociedades debemos tomar esta iniciativa.

Pero cerrar la brecha en el privilegio de consumo de un ciudadano estadounidense y uno cubano tendrá mucho más de lo que había pensado al principio.

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