Cuba y las generaciones tecnológicas

Por Graham Sowa

¿Le darán los turistas a sus anfitriones el beneficio de la duda histórica: que un país bloqueado y debilitado no puede satisfacer sus exigencias de conectividad global?

Mis iguales, nuestra generación y yo fuimos bautizados como “los jóvenes del milenio” algunos años atrás. Este nombre no pretendía significar que el cambio de un milenio a otro era en sí mismo un evento generacionalmente definitorio. Más bien, nuestro nombre generacional es símbolo del empoderamiento del individuo a través de la nueva tecnología y el acceso a la información.

Muchos de nosotros, en todas partes del planeta, crecimos alrededor de incontables maquinas y acceso a información.  Incluso la gran mayoría de nuestros iguales que no crecieron con estos privilegios están al tanto de la existencia de un mundo interconectado.

Somos consumidores voraces cuyos artilugios exigen una superestructura de redes globales para funcionar. La gran mayoría de nosotros esperamos que esta tecnología exista en todas partes del mundo, incluso si solo una minoría privilegiada tiene acceso a ella.  Sin nuestra conectividad nos sentimos excluidos, o incluidos, según el caso.

El aumento de esta conectividad ha llegado a tal velocidad que ya la damos por sentado. No puedo nombrar una sola universidad o cadena de hoteles nacional en los Estados Unidos que no proporcione Internet inalámbrica. Es absurdo para muchos de nosotros pensar que existió un tiempo cuando esta conectividad estaba limitada y resulta incluso más ridículo aún imaginarse que no existiera (aún así, esa imaginación es apenas necesaria ya que todas estas máquinas fueron inventadas durante nuestras vidas; no existían cuando nacimos).

Los servicios que valoramos están reflejados en nuestra nueva obsesión por los dispositivos y su conectividad. Tengo más probabilidades de ir a un café que proporciona wi-fi gratis y un café de mala calidad, que a un café que venda un café sabroso pero carezca de wi-fi, o donde haya que pagar extra por el wi-fi.

Ponga sus manos en alguna revista norteamericana reciente con suficientes anuncios y compruebe cuanta se usa la conectividad para comercializar productos. Establecemos juicios sobre los lugares de los que somos clientes tan pronto como podemos comprobar cuantas barras tiene la señal telefónica que estamos recibiendo y cuantos megabytes por segundo proporciona la conexión wi-fi.

En la medida que Cuba continúe expandiéndose del turismo de lujo a recibir grandes multitudes de vacacionistas de “la generación del milenio” y con la inevitable caída del ilegal bloqueo de los Estados Unidos de América, la isla será juzgado por los mismos estandartes.

¿Le darán los turistas a sus anfitriones el beneficio de la duda histórica: que un país bloqueado y debilitado no puede satisfacer sus exigencias de conectividad global? ¿O esperarán que Cuba mantenga el paso del resto del mundo cuando se trata de satisfacer las necesidades tecnológicas de los huéspedes?

Teniendo en cuenta la forma en que ya damos la conectividad por sentada, y como la vida de muchas personas puede trastornarse genuinamente por la falta de su mundo digital, supongo que prevalecerá la segunda actitud.

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