Por Fabiana del Valle

HAVANA TIMES – Las 7:30 AM y caminaba por las calles de mi pueblo rumbo al banco. Supuse que la corriente iba a llegar pronto después de una larga madrugada en apagón o quizás tuvieran combustible para encender la planta y atender las necesidades de los pobladores.

Después de tantos viajes inútiles estaba dispuesta a esperar las horas necesarias. A pesar de mi optimismo el silencio de las calles anunciaba malos presagios. Me senté en un muro frente al banco, desde allí veía el sol tiñendo de naranja los edificios.

Otras personas llegaban, pedían el último, comentaban:

“Ya le pregunté al guardia y me dijo que no hay petróleo para la planta. Le solicitaron al gobierno pero dicen que no hay”.

“¿Que no hay? ¿Y si no hay por qué ellos no paran de dar rueda?”.

“Vamos a ver si llega la corriente, anoche no pude dormir. Esta es la cuarta vez que vengo y no puedo resolver”.

A las 8:00 am nos reunimos todos frente a la puerta. Salió el gerente apenado a ofrecernos explicaciones. No había corriente y el petróleo para la planta se agotó el día anterior. Eso ya lo sabíamos. Pero sí nos tomó por sorpresa que el banco llevaba tres días sin conexión, fue reportado a la provincia y aún no tenían respuesta.

Emprendí el regreso a mi casa. Por las calles transitábamos zombis desalentados con los cerebros fritos de tanto pensar. ¿Qué le doy de comer a mis niños? ¿Cuándo entrará el medicamento a la farmacia? ¿Qué hago esta noche cuando se vaya la corriente y mi bebé comience a llorar?

Nacimos en una isla que está de luto. Pisamos las cicatrices de sus avenidas en el silencio de cada amanecer. La rutina de días que siguen a noches oscuras llenas de mosquitos y sudor. Jornadas de trabajo donde las ojeras y el sueño acumulado limitan la eficiencia, donde el hambre aprieta mientras el bolsillo mengua.

Esta es mi isla, donde hubo creyentes capaces de arriesgar sus vidas en trincheras de causas no comprendidas. ¡Benditos los que lograron abrir los ojos! Otros continúan dando gracias mientras la miseria crece a su alrededor.

Los niños viven veranos oscuros, sin golosinas, juguetes, esperanza. En las escuelas les enseñan la doctrina, pero esta generación no cree, tienen demasiadas lágrimas acumuladas, demasiados “no puedo” de padres sin saldo.

Los jóvenes parten buscando oportunidades. Lugares donde el futuro huele a esperanza. Cargan con el miedo en las mochilas y el dolor del adiós. Se separan los padres de los hijos, las esposas de los esposos, los amigos.

Las madres lloran frente a los calderos vacíos. Los padres miran sus bolsillos impotentes. Los abuelos evocan tiempos mejores.

Somos un pueblo de ojos mustios. No caben las sonrisas en estos paisajes con agujeros y aguas pútridas, mosquitos, calor, hambre. Los líderes engordan sus consignas vanas y nosotros, los que nunca creímos, seguimos varados en la mentira.

Vivo en una isla que se hunde sin remedio. ¿Cómo podré escapar?

Lea más del diario de Fabiana del Valle aquí.

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