Hablando “en serio” acerca de los valores

Erasmo Calzadilla

Foto tomado en La Habana por Caridad.

Estas palabras son la continuación de una entrada al blog que hice recientemente tirando coces contra la llamada enseñanza en valores en Cuba.  Ahora voy a repetir el berrinche pero apoyándome en varios mitos a los que recurre a menudo el discurso marxista.  Veamos que sale:

Erase una vez hace mucho tiempo los hombres vivían en cierta unidad y armonía.  Y no es que no tuvieran sus pendencias, pero no se notaba todavía entre ellos ninguna diferencia irreversible en cuanto al acceso al poder, y tampoco habían elaborado sofisticados ideales que luego idolatraran.

Unos miles de año después la paradigmática Unidad se evaporaba cediendo su lugar a la Discordia: grupos de hombres sometíanse unos a otros gestando cada parte una visión particular del mundo de acuerdo al lado en que se encontrasen (el de los sometidos o el de los que someten).

Simultáneamente, en el área del pensamiento crecía el abismo entre la doxa, es decir la opinión callejera que alcanzaba a lo sumo al categoría de probable, y la episteme o reflexión rigurosa que engendra los Eidos, abuelos de los actuales Valores.

Los Eidos o entes abstractos y perfectos fueron desde siempre muy amiguitos de la clase aristocrática; ellos se tiraban el cabo en los momentos más difíciles pues a fin de cuentas ¿Quién podía hacerles el favor a los magníficos Eidos de pensarlos?  La aristocracia.  ¿Y quién disfrazaría en la conciencia pura de la aristocracia el crimen que significaba la esclavitud? Los Eidos.  Estamos a la altura de la Grecia clásica.

Pero el tiempo pasó y pasó y un día del siglo XIX un hombre apellidado Hegel convenció a muchos de que la escisión de la Unidad primigenia había sido necesaria, pero de manera igualmente necesaria había comenzado el periplo hacia una nueva unidad cuyo capítulo final  protagonizaba él mismo escribiendo sus obras. Hegel le dio el chao a los Valores cuyo último defensor había sido Kant con su idea del bien como deber de la razón que solo persigue ser fiel a sí misma.

Luego apareció un judío-alemán que vivía por las cercanías del Rin y era admirador de Hegel, pero no tanto como para no rectificarlo afirmando, que si la integración no rebasaba el marco  de la filosofía y el pensamiento, no sería más que una farsa que retardaría la verdadera comunión.

La genuina integración, creía él, llegaría como resultado de un largo proceso socio económico asociado no solo a la anulación de la distancia entre el Estado y los ciudadanos, entre los jefes y los subordinados, entre los oficios manuales y los intelectuales, sino también entre los valores como entes abstractos que guían la vida sin estar vinculados con esta, y de otra parte la práctica cotidiana huérfana de ideales.

Y para acabar la muela y no aburrirlos más, por todo lo anterior creo que continuar alimentando el totem de los valores es, además de antimarxista, una manera de reproducir a nivel de discurso una dinámica clasista, e indirectamente colaborar con ello.

Por lo demás, a mi al menos no me gustaría vivir entre gente que trate bien al próximo por que ha incorporado el valor Solidaridad, o cualquier otro. ¿A usted si?

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