De cómo destruir la sed de lo maravilloso

Erasmo Calzadilla

Escolares cubanos, Foto: Caridad

No es necesario hacer ningún “trabajo educativo” con los niños para que se pongan a curiosear sobre lo que les rodea.  Les nace de manera natural maravillarse por cuanta cosa aparece ante ellos pero luego la escuela se encarga de matar lentamente la sed de maravillas con que fueron dotados (la escuela tal como yo la he vivido y conocido).

Este fenómeno no debe ser exclusivo de la mayor de las antillas, e incluso es posible que seamos privilegiados con respecto al mundo en este sentido, pero igual lo padecemos.

¿Cuál es el procedimiento particular que en Cuba se practica para embotar la inteligencia y los sentidos?  Es este un tema que da para una larga novela de la cual aquí solo pretendo comentar un capítulo relacionado con la enseñanza de las ciencias sociales.

Había pasado ya varios años como profesor de asignaturas como filosofía, economía política etc. cuando descubrí que el sentido final de todas ellas no era otro que la libertad.  Comprendí que todo se trataba de la plenitud y la felicidad humana, y fue en verdad un alumbramiento.

Pero la luz no me llegó a través de la literatura recomendada en el programa oficial redactado por el Comité Central del Partido, no señor claro que no, sino buceando en textos que yo mismo me agenciaba.

Fue el filósofo Fernando Savater con su “Política para Amador”, un libro dedicado a su hijo, quien me abrió los ojos acerca del sentido de la política y cómo enseñarla de manera que abra un mundo y no lo cierre.  Me enteré tarde pero me enteré, y mejor tarde que nunca.

El problema fue entonces que aquellos profundos pero a la vez sencillos parlamentos de Fernando que yo tanto apreciaba nada tenían que ver con la jerga cientificista que me hacían bajarle a los alumnos de la universidad.

Nuestra práctica cotidiana nos sume a los cubanos en una inmadurez política de respeto, pero a ello contribuye magníficamente la enseñanza de las ciencias sociales. El cientificismo y la complejidad teórica, (en el ¿mejor? de los casos) son el refugio de los programas docentes de estas asignaturas para evadir el picante e ineludible asunto de la libertad, y el Marx de la etapa del Capital les viene de maravilla en ese empeño.

Terminan los estudiantes conociendo (en el ¿mejor? de los casos) el travalenguas de la ley del valor, el del ciclo del capital y las supuestas leyes de la dialéctica, pero desconociendo la inspiración que movió a tales reflexiones: el anhelo de que los hombres seamos libres y felices en esta vida que nos tocó vivir.

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