¿Qué hacer con nuestra salud?

Erasmo Calzadilla

Cualquier cubano tiene muchas historias parecidas a la que ahora contaré.

Acompañaba a una amiga a hacerse un ultrasonido de sus órganos reproductores en un hospital suburbano. Desde las seis comenzaron a llegar las mujeres interesadas en la dichosa prueba.

Como venían con la vejiga llena (así lo exige el examen) y era mucho el deseo de hacer pis, organizamos la cola celosamente, pues un solo colado retrasaría demasiado el añorado instante de miccionar.

A las 8.00 am, hora de empezar, todas aquellas mujeres se retorcían, daban brinquitos y gemían de dolor; apretando el esfinter para retener el chorrito. Temíamos que el personal médico se retrasara, así que nos bajó el alma al cuerpo cuando puntualmente se abrieron las puertas de la consulta.

Entonces comenzaron a pasar las pacientes pero, ¿cuáles? ¿las de la cola?  No, no esas, sino las amistades y compromisos de la doctora y su groserísima y fumadora secretaria.  Una hora después todavía no había entrado la primera de las oficiales, pero cada vez más “socias” eran atendidas, y un bulto de ellas esperaba su oportunidad.

Las madrugadoras estaban intranquilas y furiosas pero ninguna se atrevió a reclamar. Luego de recibir “mi merecido” comprendí porqué.

Como a las nueve no aguanté más, y entré a la consulta a preguntar cuándo iban a pasar las no apadrinadas. La secretaria fumadora me respondió “¡ahora!”, pero por su acento descompuesto y las muecas de su rostro sentí que en verdad quiso decir “cuando me salga de …”.

Resumiré lo que luego pasó.

Por haber reclamado en varias ocasiones, la especialista se ensañó con mi compañera. La humilló y pisoteó emocionalmente con una habilidad histriónica dificil de relatar.

No iba ella a permitir que un acompañante o paciente cuestionara así como así su manera de hacer las cosas. Mi amiga lo sufrió llorando, y cuando pudo hilvanar un dulce reclamo no fue escuchada.

Sin embargo, al ver sus lágrimas brotar (parece que) la doctora se sensibilizó, pidió disculpas y díjole que a la próxima la atendería no más asomar la cabeza, sin tener que hacer la cola. Mi compañera no tuvo ánimos para explicarle.

El hospital es público, sostenido con el dinero del pueblo, pero doctores y pacientes se comportan como si fuera privado y la atención médica una dádiva.

No ocurre siempre así pero a menudo. Son demasiado tortuosos los mecanismos por los que las personas pudieran ejercer algún control sobre los funcionarios y especialistas que supuestamente debieran servirle.

Este problema es tan perenne que ya se ha instalado en el sentido común como algo normal y ahora es mucho más difícil de extirpar. La gente no lucha, se acomoda como puede.

La alienación en el “Socialismo de Estado” y dentro del “Capitalismo” parte de vías diferentes pero terminan pareciéndose bastante. Ahora la cuestión es ¿qué hacer?

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