Elio Delgado Legón
Al llegar a ese lugar encontraron a Joe Westbrook acompañado de Marcos Rodríguez, con quien ellos no tenían buenas relaciones. Joe y Marcos se marcharon y quedaron solos los tres recién llegados.
La traición
Marcos Rodríguez pensó que en el apartamento de Humboldt 7 solo estarían escondidos Fructuoso, Juan Pedro y Machadito. Él no sabía que su amigo Joe estaría también allí ni que había planificada una reunión para la tarde del sábado. Una llamada telefónica a una conocida suya que era amante de Esteban Ventura, uno de los más temidos jefes policíacos de La Habana, y ya estaba consumada la traición.
Poco después de las cinco de la tarde del sábado 20 de abril, los cuatro jóvenes conversan en voz baja, ajenos a lo que pasa en la calle. No sospechan siquiera que toda la manzana ha sido rodeada y que sigilosamente, con la rapidez de las hienas en busca de sangre, los esbirros de Ventura suben las escaleras del edificio.
Cuando alcanzan el segundo piso, van directamente hacia el apartamento 201 y comienzan a derribar la puerta a culatazos.
Joe Westbrook buscó refugio en un apartamento de los bajos, donde vivía una señora mayor, quien dijo a los uniformados que era un sobrino de ella, pero de nada valieron las súplicas de la anciana. Al pie de la escalera fue atravesado por una descarga de ametralladora y murió instantáneamente.
Juan Pedro descendió por el respiradero del edificio hasta el piso inferior, y cuando trataba de tomar el elevador fue ametrallado a mansalva. Todo su cuerpo quedó acribillado a balazos.
Fructuoso y Machadito también descendieron hasta el piso inferior y desde allí se lanzaron por una ventana hasta un pasillo de la planta baja, pero estaba cerrado por una reja. Fructuoso recibió un fuerte golpe que lo dejó semiinconsciente y Machadito se fracturó los tobillos, de manera que no se podían mover. De esa forma, indefensos en el suelo, desarmados, ambos fueron ametrallados y luego rematados fríamente.
Los cuatro fueron arrastrados por el pelo, desde el lugar donde resultaron asesinados hasta la acera frente al edificio, y luego, en la misma forma, hasta la esquina, donde los tiraron sobre un camión. Todo eso en medio de las protestas y lamentos de los vecinos desde los balcones de la cuadra, que fueron acallados con ráfagas de ametralladora tiradas al aire como advertencia.
Ese era el ambiente que se vivía en Cuba en la época de la tiranía batistiana, apoyada y sostenida por el gobierno estadounidense, al igual que lo hicieron con el resto de las tiranías de América Latina, que tantos miles de muertos y desaparecidos costaron a los pueblos, sin que nadie denunciara una violación de los derechos humanos.
El sepelio de las víctimas de ese horrendo crimen resultó una inmensa manifestación de duelo popular, sin que la Policía se atreviera a intervenir. Pero la sangre derramada no fue en vano, cada acción, cada asesinato de jóvenes inocentes fue un peldaño más en el difícil camino hacia el triunfo revolucionario del primero de enero de 1959. Otros jóvenes pudieron salir de La Habana por diversas vías y se incorporaron a la lucha en las montañas, desde donde regresaron victoriosos para seguir la Revolución.
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