La vida en el campo

Elio Delgado Legón

El campo de Santo Domingo, Villa Clara. Foto: Elio Delgado Valdés

HAVANA TIMES – Hace poco fui al campo a visitar a los familiares de un amigo recién fallecido. Por lo que vi, y me contaron, llegué a la conclusión de que la vida del campo en nuestro país ha cambiado enormemente en los últimos 60 años, desde el triunfo de la Revolución, el primero de enero de 1959. Tanto que ya casi no hay diferencia entre el campo y la ciudad.

Donde yo estuve hay una Cooperativa de Producción Agropecuaria, en la que sus miembros ganan buenos salarios y participan en las utilidades a final de año; además, tienen garantizada buena parte de los alimentos que consumen.

La escuela a la que van los hijos de los campesinos tiene todas las condiciones para desarrollar el proceso de enseñanza con la mejor calidad, tales como, computadora, televisor moderno y reproductor de video. Además, en los alrededores del centro educativo tienen terrenos para practicar deportes y hacer ejercicios de Educación Física.

Otro hecho que llamó mi atención fue el consultorio médico, donde trabaja un especialista en  Medicina General Integral y una enfermera.

Además de todo eso, las viviendas de los campesinos están agrupadas en una comunidad y en su mayoría son de mampostería, con techos de placa, de tejas o de fibrocemento y todas con piso de losas o de cemento. En los campos cubanos ya casi no existen los pisos de tierra.

Ver todo eso me hizo recordar cuál era la situación del campesinado en esa zona y en toda Cuba antes de 1959.

En primer lugar, la mayoría de los campesinos no eran dueños de las tierras que trabajaban, pues estas pertenecían a grandes o medianos terratenientes, que no vivían en el campo, o a empresas estadounidenses, que eran dueñas de la mayor parte de las tierras fértiles del país.

Los campesinos vivían en bohíos, arquitectura heredada de los aborígenes, que consistía en una construcción con techo de guano de palma cana y paredes de yagua de la palma real, con el piso de tierra.

Los que tenían arrendada una finca mediana o grande construían sus casas con mejores materiales, generalmente de madera, aunque con techo de guano igual y el piso de tierra. Sin embargo, los que solo contaban con su fuerza de trabajo tenían que construir su bohío en cualquier espacio vacío, junto a algún camino, de manera que no tuviera que pagar por el terreno, pues apenas ganaban para comer mal.

En Cuba se hicieron famosos los desalojos, pues cuando al dueño del terreno o al arrendatario le molestaba tener a alguien viviendo en un pedazo de su tierra, lo echaba del lugar y si hacía resistencia, apelaba a la Guardia Rural para que lo echaran al camino, y muchas veces hasta le quemaban el bohío.

La situación del empleo para los que no tenían tierra era muy precaria, pues los arrendatarios o los dueños de fincas pagaban muy poco y en ocasiones en especie, porque las cosechas no tenían garantizada su venta y, a veces, para lograr venderlas tenían que bajar mucho los precios, pues a los comerciantes les resultaba más barato el producto importado de Estados Unidos.

En el campo no había suficientes escuelas, por lo que el analfabetismo alcanzaba más del 60 por ciento. Tampoco había médicos, y cuando alguien se enfermaba tenía que recorrer varios kilómetros, incluso decenas, para consultar a un galeno; si la enfermedad requería el ingreso en un hospital, tenía que buscar una carta de un político, al que tendría que garantizarle los votos de toda la familia en las próximas elecciones. Muchos trataban de curarse con yerbas y morían sin poder atenderse, por lo que la esperanza de vida al nacer, que hoy se acerca a los 80 años, entonces no llegaba a 60. Mientras tanto, la mortalidad infantil, que hoy es de 4 por mil nacidos vivos, entonces era de 60.

Toda esa situación, que en Cuba forma parte del pasado, continúa siendo el presente en la mayoría de los países de América Latina y en otros subdesarrollados del mundo.

Resulta difícil describir, en este breve espacio, la miseria, el hambre, la insalubridad y la impotencia que reinaba en lo que sin ser realmente, le hemos dado en llamar la vida en el campo.

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