La unidad en la Revolución cubana

Por Elio Delgado Legón

La Asamblea Nacional de Cuba en sesión. Foto: Roberto Suárez /granma.cu

HAVANA TIMES – Algunas personas critican el hecho de que en el Parlamento cubano no se produzcan discrepancias y discusiones porque alguien esté en contra de la aprobación de alguna ley o disposición, sino, por el contrario, después que se expresen todas las opiniones y propuestas de modificaciones, los textos sean aprobados por unanimidad. Sin embargo, lejos de criticable, esa unanimidad expresa la unidad existente en la Revolución cubana.

El presidente cubano Raúl Castro ha expresado en reiteradas ocasiones que está en contra de la falsa unanimidad, que todo el que tenga alguna divergencia debe plantearla y fundamentar sus puntos de vista. Generalmente, los documentos y leyes que se aprueban en el Parlamento son discutidos y analizados en el seno de las comisiones permanentes de trabajo, en la que participan los especialistas y conocedores del tema en cuestión; por lo tanto, cuando un documento llega al pleno de la Asamblea Nacional, lo que recibe son pequeñas correcciones y posteriormente es aprobado de forma unánime.

Contrasta esa situación con los parlamentos, tanto unicamerales como bicamerales, en los que se producen verdaderas batallas, incluso riñas tumultuarias, porque las numerosas facciones y partidos políticos no están todos en el mismo objetivo de defender los intereses de su pueblo, sino que defienden intereses particulares, de clase o de partidos, lo cual necesariamente tiene que producir roces y discrepancias de esos elementos entre sí y con los que realmente buscan favorecer el bienestar del pueblo que los eligió.

La Revolución cubana, desde sus inicios en 1868 contra la dominación española, tiene ejemplos positivos y negativos que pueden ilustrar la importancia de la unidad en su desarrollo y consolidación. La falta de unidad durante la Guerra de los 10 años (de 1868 a 1878) llevó al fracaso de esa contienda, en la que una parte de los jefes firmó un pacto de paz con el ejército español, sin haber alcanzado uno solo de los propósitos de esa guerra, lo que obligó a la otra parte de los jefes, encabezados por el general Antonio Maceo a protestar contra el llamado Pacto del Zanjón, aunque no pudieron sostener la lucha por mucho tiempo y se vieron obligados a embarcar hacia el exterior.

Un ejemplo positivo fue la creación, por José Martí, de un partido para organizar y dirigir la guerra, en la que la unidad fue un factor decisivo para llevarla al éxito en solo cuatro años, en los que el desgaste de las fuerzas españolas se hacía evidente y el triunfo se divisaba en el horizonte. Solo la intromisión del  ejército estadounidense frustró la toma del poder por los cubanos, que solo recibieron humillaciones y discriminaciones y tuvieron que soportar, además, la ocupación del país por otro ejército y ver como se fracasaba también la independencia de Puerto Rico.

No se puede hablar más de unidad en Cuba desde 1902 a 1958, período caracterizado por gobiernos corruptos y sangrientas dictaduras, que sumieron al país en la ignorancia, la insalubridad, la extrema pobreza y el subdesarrollo, males a los que se refirió Fidel Castro en su alegato de defensa en el juicio por el asalto al cuartel Moncada, publicado con el título de La historia de absolverá.

Desde 1959, cuando triunfa la Revolución contra la dictadura de Fulgencio Batista, la clara visión de su líder Fidel Castro estuvo enfocada en lograr la unidad de todas las fuerzas que participaron en la lucha armada, lo que se fue logrando paso a paso, hasta que, siguiendo el ejemplo de José Martí fue creado un partido para dirigir la Revolución y en torno a ese partido se ha logrado una unidad monolítica en la que todos luchan y trabajan por un mismo objetivo: desarrollar al país y darle al pueblo una vida digna y próspera.

Claro que al gobierno imperial le disgusta que nuestra Revolución tenga éxitos y hace todo lo posible por obstaculizarlos. Y como en todo proceso progresista, siempre hay retrógrados que se le oponen y le hacen el juego al enemigo, y el cubano no es una excepción, pues hay algunos que, conscientes o no, están jugando ese triste papel. No quieren que les llamen contrarrevolucionarios y han inventado otros epítetos, pero llámense como se llamen, el hecho es que se están oponiendo a una revolución que ha logrado una unidad que puede servir de ejemplo a otros pueblos y que, a pesar de todo, gracias a esa unidad, tiene el futuro asegurado.

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