La OEA repite su historia

Por Elio Delgado Legón

HAVANA TIMES — La obsesión de Luis Almagro, mostrada en los últimos meses contra el gobierno bolivariano de Venezuela, no debe extrañar a nadie. Almagro es un personaje insignificante que llegó a secretario general de la OEA después de cambiar, aparentemente, de ideología en Uruguay y ponerse al lado del Frente Amplio, porque era el que más posibilidades tenía de ganar las elecciones. José Mujica lo nombró canciller y más tarde le dio su apoyo para que fuera electo al máximo cargo de la OEA.

Si lo analizamos bien, este señor no es otra cosa que un arribista, capaz de cambiar su discurso y su actuación, según sople el viento, y si este viene del norte, mucho mejor. Sencillamente logró alcanzar la secretaría general de la OEA y allí no puede hacer otra cosa que lo que mande el que paga.

Un secretario general de dicha entidad no puede estar del lado de los pueblos, sino del lado que le señale el gobierno de Estados Unidos o, de lo contrario, no dura mucho en el cargo. Recordemos que la OEA tiene su sede en Washington y la mantiene, en lo esencial, el gobierno de ese país.

No se trata de la obsesión de Almagro contra Venezuela, sino del secretario general de un organismo que tiene una nefasta historia en la que ha tenido que desempeñar su papel como lo que definió brillantemente el Canciller de la Dignidad de Cuba, Raúl Roa García: “Ministerio de colonias de Estados Unidos”.

Las declaraciones injerencistas de Almagro contra el gobierno bolivariano de Venezuela no son nada nuevo en la historia de la OEA, una trayectoria plagada de injerencias en los asuntos internos de los países latinoamericanos, cuando hay un gobierno incómodo a los intereses imperialistas, y de silencios cómplices cuando se cometen las más reprobables violaciones a los derechos de los pueblos.

Desde su creación en 1948, hasta nuestros días, hay una larga lista de acciones y omisiones que sería demasiado largo citarlos todos, pero relacionaré los más importantes.

Esta organización le dio su apoyo, junto con EE.UU. al golpe de estado perpetrado por Fulgencio Batista en 1952, en Cuba, que sumió al país en una larga noche de siete años llenos de torturas, asesinatos y desapariciones; fue omisa frente a la acción militar contra el gobierno constitucional de Jacobo Árbenz en Guatemala; apoyó al dictador nicaragüense Anastasio Somoza; guardó silencio cómplice cuando en 1961 Cuba fue invadida por un ejército mercenario preparado por Estados Unidos, para acabar con la Revolución, propiciar una intervención militar e imponer un gobierno afín a los intereses de ese país.

La misma que guardó silencio cuando el presidente electo de Ecuador, Velazco Ibarra fue víctima de un golpe de Estado; que propició la invasión militar a República Dominicana en 1965 y estuvo de acuerdo con las graduaciones de torturadores y represores en la Escuela de las Américas.

Tampoco movió un dedo para oponerse a los golpes de estado, apoyados por Estados Unidos en Uruguay, Argentina y Chile, que costaron a esos pueblos miles de muertos y desaparecidos. No condenó la muerte de Salvador Allende ni de las de decenas de miles de sudamericanos mediante la Operación Cóndor. Igualmente no condenó las invasiones a Granada en 1983 y a Panamá en 1989.

Finalmente, para no hacer demasiado extenso este comentario, la OEA le dio su apoyo al golpe de Estado perpetrado en Venezuela en abril del 2002 contra el presidente constitucional Hugo Rafael Chávez Frías, que había sido electo por una amplia mayoría del pueblo y que fue repuesto por el propio pueblo y fuerzas leales del ejército, acciones que sirvieron para demostrar quiénes son los golpistas y a quién respalda la Organización de Estados Americanos.

Por lo señalado hasta aquí y decenas de acciones y omisiones más en su ya demasiado larga historia de desprestigio, podemos afirmar que no hay que extrañarse por las declaraciones injerencistas del señor Almagro contra el gobierno venezolano, simplemente, la OEA repite su historia.