Hacia el Escambray (II)

Elio Delgado Legón

El Escambray. Foto: perlavision.icrt.cu

HAVANA TIMES — En marcha forzada nos alejamos de la loma de Crespi, rumbo a la sierra del Escambray. Anduvimos toda la tarde sin descansar, y cuando comenzaba a oscurecer, completamente agotados, nos detuvimos un rato para recuperar fuerzas, confiados en que el Ejército, inexplicablemente, no nos había seguido.

Más tarde supimos, por informaciones que nos llegaron, que el destacamento que nos estuvo siguiendo estaba comandado por el teniente Regueira, un oficial conocido por haber sido jefe de la Guardia Rural en Santo Domingo.

Como militar de academia debió calcular que nos dirigíamos hacia el Escambray, pero en lugar de cortarnos el paso, nos empujó para que siguiéramos hacia nuestro destino. Eso demuestra que no todos los militares estaban dispuestos a mancharse las manos de sangre para defender a un régimen tiránico.

Después de un breve descanso continuamos la marcha, ahora más lenta, por estar en una zona desconocida. El guía se adelantó a caballo para ver dónde conseguía algo de comida.

Cerca de las dos de la mañana arribamos a la casa de un campesino, que nos cocinó malanga, lo único que tenía. Cada uno se comió un pedazo de la vianda hervida con un buche de café y continuamos la marcha. Al amanecer cruzamos la carretera de Sancti Spíritus a Trinidad, y antes de comenzar a subir las primeras lomas, llegamos a una vaquería donde nos ofrecieron leche acabada de ordeñar.

Mientras descansábamos en la vaquería, el Capitán me pidió que le redactara una carta para el comandante Eloy Gutiérrez Menoyo, jefe del denominado Segundo Frente del Escambray, pues la zona por donde podíamos penetrar a la sierra estaba en manos de ese frente guerrillero.

Mientras dos oficiales se adelantaban para entregar la carta y traer la respuesta, nos quedamos descansando y antes del mediodía regresaron los dos compañeros con la respuesta: podíamos establecernos en un campamento llamado Mina Carlota, pero teníamos que entregar todas las armas, incluso la de los dos oficiales que fueron de emisarios.

Comenzamos la subida con paso lento, pues ninguno de nosotros estaba acostumbrado a subir lomas. Un resbalón por aquí, una caída por allá, así marchamos casi toda la tarde, hasta arribar a una casona de dos plantas, completamente de madera, donde tenía la comandancia Anastasio Cárdenas. Él nos permitió alojarnos en el caserón y sus alrededores y nos recibió con una comida que hacía tiempo no veíamos.

El Capitán discutió lo de las armas y nos permitieron quedarnos con las nuestras y les devolvieron las de los dos oficiales, pero nos plantearon que teníamos que quedarnos con ellos.

La primera noche en Mina Carlota fue de corre-corre, no porque fuéramos atacados por el Ejército, sino porque casi todos los guerrilleros, desacostumbrados a comer fuerte y hacía varios días que no lo hacían, tuvieron diarreas y pasaron toda la noche corriendo para el baño o para cualquier parte.

El Capitán nos dejó en Mina Carlota bajo el mando del teniente Esmildo Chaviano y otros oficiales y se fue con rumbo a El Pedrero, al otro lado de las lomas, para entrevistarse con Che Guevara y coordinar nuestra integración a las tropas de la Columna Ocho Ciro Redondo, que había traído desde la Sierra Maestra.

En Mina Carlota permanecimos 10 días a la espera del regreso del Capitán, pero sobre esa estancia y cómo salimos de allí, les contaré en el próximo relato.

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