Elio Delgado Legón

Foto: Caridad

HAVANA TIMES — Mi amigo Javier no fue un hombre feliz; lo supe por la historia que me contó unos minutos antes de morir. Aunque fue mi mejor amigo, casi como el hermano que nunca tuve, jamás imaginé que en su vida faltara ese componente tan necesario que es el amor.

Todo comenzó cuando él tenía 22 años y conoció a una muchacha que le robó el corazón. Fue su primera novia, pero sus relaciones apenas duraron unos meses. Por un malentendido y falta de comunicación -quizás por falta de experiencia- se separaron y no se vieron más. Cada cual siguió su vida. Ella se casó y tuvo hijos, él hizo lo mismo, pero nunca se olvidaron.

Después de cinco años, se encontraron un día por casualidad y de nuevo sintió ese dolor del amor perdido. Aunque apenas pudieron hablar unos minutos, fue suficiente para saber que ella pronto se iría del país con rumbo a Estados Unidos. En ese momento sintió que posiblemente no la vería nunca más.

La vida siguió su curso y pasaron 50 años durante los cuales mi amigo Javier estuvo buscando el amor, pero siempre recordando aquel primer y único gran amor de su vida.

Cuando me contó su historia, hacía casi dos años que ella había aparecido de nuevo, al comunicarse con él a través de Internet. Ambos estaban solos, añoraban el tiempo pasado y lamentaban los años perdidos. Comenzaron entonces un nuevo idilio por correo y ella prometió venir cuanto antes para encontrarse con él y vivir lo que no pudieron 50 años atrás, pero problemas familiares la obligaron a posponer una y otra vez el viaje y solo alimentaban su amor con una correspondencia electrónica diaria.

Al cabo de casi dos años, cuando ella pudo resolver sus problemas, le anunció su viaje y le dijo que al fin podrían tener esa luna de miel que tanto habían deseado. Pero cuando faltaba menos de un mes para el encuentro, él enfermó gravemente y a través de mí le envió un correo informándole de su enfermedad y en qué hospital estaba. Después me encargó varias veces que le escribiera y le dijera exactamente el lugar donde se encontraba por si quería venir a verlo cuando llegara, lo cual ella prometió.

El día que estaba previsto el viaje, el me pidió que lo acompañara en el hospital y me contó toda su historia, pero ya su salud se había deteriorado mucho y se esperaba un desenlace de un momento a otro, y él lo sabía.

Me enseñó un papel que había escrito la noche anterior y me pidió que si ella no llegaba antes de su muerte, se lo entregara. Lo puso debajo de la almohada. Tomó mi mano y la apretó suavemente. Cerró los ojos y sentí cómo se estremeció levemente. Me quedé un instante observando su pecho y noté que ya no respiraba. En ese momento, se abrió la puerta del cuarto y entró ella, que había venido directamente desde el aeropuerto.

Acaba de morir, le dije. Ella se quedó mirándolo y tomó su mano, todavía tibia. Entonces le extendí el papel que extraje de debajo de la almohada. Ella lo leyó y me lo mostró diciéndome: vine demasiado tarde. El papel decía lo siguiente:

Despedida

Cuando me llegue la muerte
y a su designio sucumba
yo me llevaré a la tumba
solo el dolor de no verte.
Si tenerte o no tenerte
fue el dilema de mi vida,
en mi última despedida
quiero que pongas, por eso,
una lágrima y un beso
sobre mi frente dormida.”

Ella le dio un largo beso sobre la frente mientras por sus mejillas las lágrimas corrían incontenibles.

 

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