Pedrito el pregonero

Dmitri Prieto

Típico vendedor ambulante de La Habana.

En 1986 empezamos a habitar este quinto piso de un edificio de microbrigada en un pueblo periférico. Mis padres eran jóvenes y mi hermano, solo un niño.  Entonces, tuvimos que acostumbrarnos al pregón de Pedrito.

Pedrito era un anciano de voz ronca, pelo gris y la cabeza cubierta con una boina negra. Para mí, símbolo vivo del subdesarrollo cubano (acabábamos de llegar de la URSS), caminaba con dificultad por Santa Cruz del Norte empujando un carrito de dos ruedas y pregonando periódicos: El Habanero (órgano del PCC provincial de La Habana) y Bastión (de las Fuerzas Armadas Revolucionarias).

La gente no leía mucho esos periódicos, prefiriendo los más “masivos” Granma y Juventud Rebelde.  Nunca entendí por qué no estaban en la oferta de Pedrito.

Cuando comenzó la crisis del “periodo especial,” el periódico Bastión desapareció, y El Habanero redujo su tirada. Pedrito seguía apareciendo esporádicamente por las calles de Santa Cruz, vendiendo girasoles: “…¡Florero! ¡Flores!…”

Nadie sabe por cuántas especialidades ha transitado el pregón de Pedrito.

En Santa Cruz viven ingenieros, microbiólogos, médicos, obreros, comerciantes, cocineros, fotógrafos y escritores. Y Pedrito. Que sigue con su pelo gris, caminando con dificultad, empujando su carrito de dos ruedas.

Y pregonando con voz ronca: “…¡Piñero! ¡Piñas!…”; “…¡Florero! ¡Flores!…”; “…¡Manisero! ¡Maní! ¡Se va el manisero!.”

Nunca he conversado con él. Aunque una vez le compré un cucurucho de maní.

El otro día, cerca de la Iglesia Episcopal, vi de lejos que Pedrito dio un tropezón y se cayó al suelo. La gente corrieron a ayudarlo. Escuché cómo agradeció, con pena y tensa humildad. Su voz, cariñosa, no la ronca de los pregones, penetró en mi corazón como la punta de un puñal.

Cuando anochece, se reúne en los bajos de nuestros edificios una densa pandilla de chiquillos aburridos. Los chiquillos aburridos de todas las ciudades del planeta (Santa Cruz del Norte, Moscú, Trieste…) se parecen. Se dedican a discutir y a inventar bromas.

Entre los nuestros, hay varios expertos imitadores de pregones. Actores improvisados que copian con sus voces adolescentes todos los pregones de Santa Cruz: “…¡se arreglan colchones!… ¡bocadito de helado!… ¡el vino Fortín!…” Menos los pregones de Pedrito. ¿Lo respetarán demasiado? ¿O les parece demasiado aburrido?

Probablemente no lo ven. Ni lo oyen. No se percatan de que existe. Como si le tocara a él ser frente a ellos un espíritu transparente.

Los espíritus no suelen dejarse ver, pero son eternos.

Pedrito es eterno. Como la piedad.

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