Salir del closet

Dariela Aquique

HAVANA TIMES — El tabú manifiesto en las enraizadas ideologías machistas y homofóbicas, propias de los latinoamericanos, las represiones a las que fueron sometidos fundamentalmente los gay en el período entre 1965 y 1968 con el confinamiento en los campos de concentración eufemísticamente llamados Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) y el histórico prejuicio social individual, inoculado en toda sociedad cuyo régimen sea totalitario; dejaron secuelas que fueron la causa de que ser homosexual tuviera un aura de clandestinidad. Por eso, hasta hace muy poco era algo de lo que no se hablaba, o lo que se hacía infrecuentemente.

Por eso, hasta hace muy poco era algo de lo que no se hablaba, o lo que se hacía infrecuentemente.

Una suerte similar a la del vocablo homosexual, corrió el término disidente (los que también conocieron la UMAP). La palabra disidencia, excepcionalmente la escuchábamos en Cuba en las diatribas discursivas con las que acostumbraba el Comandante ocupar casi todo el tiempo de trasmisión televisiva de la isla, por allá por sus entonces años de vitalidad y alguna lucidez.

O en conversaciones callejeras, donde principalmente los más fanáticos se complacían en repetir como papagayos, la misma monserga de su adalid.

Dicho vocablo surgía en las peroratas siempre adjetivado de vilipendios, pero sin ser realmente enfatizado, como si fuese un fenómeno esporádico, casi inexistente, un hecho aislado. Al referirse de esta forma a aquellas personas que estaban en desacuerdo con el sistema político en la isla, se vendía la idea de una minoría en oposición, de:…grupúsculos, como solían y persisten en llamar a todo aquel que esté ostensiblemente en discrepancia con sus tópicos.

Claro está, que esta minimización del asunto se anteponía con el gran número de personas que sufrían condenas de privación de libertad por cargos que los hacían clasificar en presos políticos y no en presos comunes.

Cuba, durante mucho tiempo ha pecado de contumacia en cuanto a su visión y aceptación de las comunidades que según su clasificación, sean diferentes. Por eso durante años, muchos prefirieron vivir en el closet, a acoger públicamente su predilección por un igual, o su desacuerdo con el sistema; temiendo a las cruentas cacerías de brujas, represalias, rechazos o confinación.

Sin embargo, en los últimos períodos las palabras disidencia y homosexual ocupan mucho espacio en el discurso gubernamental y sobre todo en la soflama de la prensa oficialista. Ambas emergen de su habitual clandestinaje, salen del closet. Pero por razones diferentes.

La nueva imagen internacional que pretende vender el gobierno, en esta “etapa de cambios”, donde Cuba se sube a la carroza de la anuencia y la comunidad LGBT empieza a ser aceptada. Como diría Mariela Castro: “Aquí estamos las cubanas y los cubanos, para seguir luchando por la inclusión…”.

No les ha quedado otra, que reconocer públicamente la presencia (cada vez menos pequeña) en el país de una población por un lado con distintas preferencias sexuales (a la que se convoca a la inclusión). Y de otra en desacuerdo parcial y total con las opiniones e ideologías y su descrédito a la doctrina del partido regente (a la que se emplaza a la exclusión). Mientras exhiben su reconciliación con la primera, la segunda corre diferente suerte.

Gran hincapié hace la Seguridad del Estado cubano a sus colaboradores, en un llamado a combatir todo tipo de manifestación de disidencia. Y esto se ilustra en las constantes agresiones de “civiles” a las marchas pacíficas, o los actos de repudio hechos en casa de familias o personas abiertamente declaradas contrarias al régimen, o las represiones policiales y detenciones de ciudadanos por expresar libremente su disconformidad al gobierno.

Pero donde se desgastan más es en la campaña mediática que libran para refutar a lo que ellos también llaman: campaña mediática de la mercenaria ciberdisidencia, (la palabrita de moda). De esta suerte en nuestro país como tantas cosas, los significados de determinadas palabras quedan prefijados y su uso es exclusivo de aquello que según lo implantado deben estas decir, más allá de cualquier otra acepción que tengan.

Todo esto trajo a mi mente un excelente ensayo del afamado teatrista Eugenio Barba, donde dice que:

(…) ¿La práctica de la diferencia es posible y eficaz? (…) La diferencia se vuelve fecunda sólo cuando se convierte en inquietante. (…) Los diferentes generamos indiferencias, somos desplazados a los márgenes de nuestras mentes y de nuestra sociedad tal vez somos experimentados como algo amenazante, lo cual genera hostilidad. (…)

La diferencia es una buena coartada, un salto a otro lugar, cuando el mundo en que vivimos nos enseña su cara repelente. La diferencia es la práctica de una ubicuidad que nos permite vivir simultáneamente en el tiempo prisión y en una isla de libertad.

Así ha sido en nuestro país, los diferentes han sido hostigados, según el contexto y la estrategia gubernamental. Hace cuatro décadas gay y disidente compartieron celdas o fueron expulsados del país, en el éxodo del Mariel. ¡Gusanos y maricones!, debían combatirse.

Hoy han cambiado las reglas del juego a conveniencia. ¡Y que paradójica coincidencia!, que hace apenas unos meses durante su estancia en Estados Unidos, Mariela Castro, la líder de la campaña contra la homofobia en Cuba, usa nada menos y nada más que el vocablo disidente para autodefinirse como alguien que: … mira “críticamente” la realidad de Cuba.

Pero siguen temiendo, algo en común mantienen estos grupos, mientras muchos se atreven a asumirse en sus preferencias sexuales, con menos miedo, son también cada vez más los cubanos que expresan su oposición al régimen, son cada vez más los que ya no temen decir a voz en cuello su inconformidad, son cada vez más los que luchan por cambiar y lograr la inclusión no solo de géneros o preferencias, sino de ideas y derechos.

Hoy ya somos muchos lo que hemos decidido salirnos del closet.

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