En el imperio del kitsch totalitario

Dariela Aquique

Fiesta de 10 años.

Kitsch (voz alemana), que califica lo vulgar o una estética de mal gusto que lleva a imitar cosas pasadas de moda.

A cada paso de la vida de los cubanos el kitsch oficialista va golpeándonos, desde los carteles con los rostros y los nombres de los Cinco Héroes conformando una estrella.  O los cutres adornos en los barrios por la fiesta de lo CDR.

O la las adjetivaciones cursis usadas por los medios para sobrestimar a una brigada agrícola que sobrecumple el plan de producción de hortalizas.  O en los discursos lacónicos y prefabricados de los deportistas ante las cámaras cuando reciben una medalla . O en los decorados de las escuelas, hospitales o restaurantes.

El escritor checo Milan Kundera, en su excelente novela La insoportable levedad del ser, dice de manera magistral en uno de sus capítulos: (…) es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese.  Este ideal estético se llama kitsch.

Roba mi atención como es asumido en la vida cotidiana.  Un día a día lleno de vicisitudes, donde es un gran conflicto llevar algo de comer a la mesa, donde el transporte es un caos, empero las gentes parecen ignorar toda esta cruda realidad.

Curiosamente están divididos en dos grupos

1- Familias proletarias, cuyas economías se sustentan en inapreciables salarios insuficientes para sufragar las necesidades básicas de una vivienda.  Pero que en cambio estarán ahorrando años enteros para celebrar una fastuosa boda o las fiestas de 10 y 15 años de sus hijas.

2- Familias que conforman la naciente clase media cubana o (“nuevos ricos”), los que viven de las remesas de sus familiares radicados en el extranjero, profesionales regresados de misiones en África o Venezuela, con un estipendio vitalicio en moneda convertible y contenedores de artículos y efectos electrodomésticos de ultima tecnología solo obtenidos por dichos viajes.  O finalmente las familias de altos dirigentes y militares.

Para estos últimos no implicará un sacrificio costear los elevadísimos precios del alquiler de trajes y vestidos, las fotografías, “los videos artísticos,” el local, los decorados, el maestro de ceremonia, el data show, el bufet y las bebidas.

Para los primeros en cambio puede significar largos días de hambre, literalmente dicho y años con un solo par de zapatos.  Sin embargo ninguno de los dos bandos se perderá la oportunidad de ser el comentario de los vecinos, con expresiones como: ¡… oye, tiraron la casa por la ventana…!

Bajo el sofocante calor caribeño, las jovencitas estarán prisioneras bajo enormes vestidos de tejidos que solo verlos nos haría sudar, posarán para una cifra incontable de diapositivas y se cambiarán de ropa, tantas veces como las arcas familiares hayan podido cubrir.  Ridículas ceremonias que incluyen coreografías y un brindis equivalente al monto de arreglar las casa apuntaladas de muchos de los padres que ceden ante la irrevocable decisión de hacerle la fiesta a la quinceañera.

Imitando a la Cuba burguesa de ante del 59 o los patrones foráneos tomados de telenovelas y series latinoamericanas, los cubanos le hacen el juego al kitsch.  Así se comporta un gran número de personas en todo el mundo y todas las sociedades, el kitsch es un fenómeno de toda la humanidad, sin embargo y en esto también estoy de acuerdo con Kundera:

 (…) En una sociedad en la existen conjuntamente diversas corrientes políticas en las que sus influencias se limitan o se eliminan mutuamente, podemos escapar más o menos de la inquisición del kitsch, el individuo puede conservar sus peculiaridades y el artista crear obras inesperadas.  Pero allí donde un solo movimiento político tiene todo el poder, nos encontramos de pronto en el imperio del kitsch totalitario.

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