Dos y dos son cuatro

Dariela Aquique

Cuentapropista en Santiago de Cuba

Confieso que soy neófita en asuntos de peculio, pero sí que sé darme cuenta de cuando la cuenta no da.

A raíz de la apertura del cuentapropismo para los cubanos y supuestamente con ello, los inicios de la privatización de la propiedad, se generó una gran expectativa.

La incapacidad del Estado de emplear a las masas, por no contar con fondos suficientes para asalariarlos, propició la propuesta del llamado trabajo por cuenta propia.

Miles de personas están valorando cual sería el ejercicio adecuado para sustentarse económicamente, algunos han comenzado sus trámites y otros pues están ya en plena ejecución.

La venta de alimentos ligeros, es la más frecuente.  Ves cada unos pocos metros de distancia: carritos de frozzen, churros, puestecitos de pizzas, refrescos, bocaditos… Curiosamente observas que no varían los precios.  Particulares y estatales venden con los mismos montos.

La diferencia solo radica en que los primeros tendrán que agenciarse los útiles e insumos y además justificar sus procedencias al control riguroso de los inspectores, los que ante alguna irregularidad encontrada, agradecerán un soborno para no multar o retirar las licencias.

Cuentapropista en Santiago de Cuba.

Así a la hora de hacer cálculos, el nuevo grupo de trabajadores, tendrá que dividir sus ganancias en:

– el pago de la patente.

– el pago al auxiliar o ayudante.

– el pago del seguro social (de él y el ayudante).

– el pago de los impuestos sobre los ingresos de venta mensual del 10 percent.

– el pago del fisco anual, según los ingresos declarados.

– el pago del área o local de venta.

– el pago de alquiler del sitio donde guarda el carrito o caseta de venta.

– el pago de la tarifa eléctrica

– el sindicato (que es opcional, pero sabemos que siempre prudente).

Al final de cada mes cobrará un salario que es exactamente igual y quizás hasta inferior al de un salario básico estatal como el que recibe cualquier trabajador, con la divergencia que se lo ha pagado él mismo.

Es innegable que los economistas que tuvieron tan genial idea, deben cobrar un salario por lo menos decoroso y por el que no tienen que hacer grandes esfuerzos personales, salvo las horas que les costó diseñar esta estrategia, donde dos y dos, deben ser cinco.

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