Veraneo infernal

Daisy Valera

Foto: Caridad

Siempre me ha gustado el mar, puede que ese deleite sea una de las razones por las que prefiero vivir en la capital de Cuba, donde es muy fácil oler el salitre y escuchar el ruido de las olas.

De pequeña iba pocas veces al litoral sur, vivía en Sancti Spíritus y debía viajar tres largas horas para meter finalmente mis pies en el agua.

Desde que vivo en La Habana  frecuento mucho más seguido la playa, no me interesa la hora del día ni tener que regresar a casa con la piel untada de agua salada y el pelo relleno de arena.

La playa tiene el poder mágico de hacerme amar el sol, tan abrumadoramente persistente en esta isla tropical, y hacerme sentir descansada y despreocupada de todo.

Mientras intento nadar (y me doy cuenta que soy bastante incapaz) retorno milagrosamente a la niñez, donde la izquierda y la derecha eran solo mis manos y no habían otras clases más que las que recibía en el  aula.

Por desgracia este verano descubrí que nunca había ido en verano a la playa y que el mar ya no será más el lugar donde todo está en su sitio para mí.

Ahora no sé cómo me las arreglaba para que en esos días que decidía ser una bañista el resto de pueblo habanero decidiera hacer todo excepto darse un chapuzón.

Mis playas desiertas se han convertido este agosto en el lugar a donde se dirigen todos a vacacionar y alejar el calor que atenaza al cuerpo.

El pasado viernes yo también fui, y me encontré que no tenía prácticamente espacio en la arena para poner mi ropa.

Logré meterme en un trozo de playa y tuve que lidiar con una niña que tiraba un coco y casi me parte la cabeza.

Con los chicos sin parejas que manifestaban su fuerza dando demostraciones gratis de lucha libre y vueltas en el aire con riesgo de quebrarse las vértebras cervicales.

Presenciaba una cacería solapada pero desenfrenada, los chicos goloseando culos y tetas,  pero cuidándose de parecer agradables y simpáticos y las chicas simulando ser modelos de revistas.

Los gritos de los vendedores ambulantes compitiendo con el reguetón puesto a todo volumen me ponían los pelos de punta,

Y  el agua había pasado de ser trasparente a gris, una suciedad matizada con los colores de las jabitas de nylon, los vasos desechables y los estuches de galletas

Pero sin dudas lo peor fue el alcohol, todos los que me rodeaban me tiraban su aliento etílico en la cara y sus rostros reflejaban esa alegre enajenación que me hace sentir algo que está entre el miedo y el asco.

No lo soporté más, me fui pasado 30 minutos, triste por mí y por los que estando allí hubieran preferido estar en otro lugar para divertirse en estas vacaciones.

Ir a la playa es la opción de verano más barata, tan sencillo como tomar un ómnibus urbano y meter un poco de pan y agua en la mochila.

De lo contrario por darte un chapuzón las piscinas de algunos hoteles te cobran precios exorbitantes y asistir a lugares recreativos nocturnos también cuesta un ojo de la cara.

De allí que la única solución que tienen muchos para no pasar las vacaciones postrados frente a la televisión, es visitar la playa.

 

Articulos recientes:

  • Mundo
  • Noticias
  • SOS para Periodistas

Periodista mexicano Roberto Figueroa asesinado en Morelos

Figueroa fue secuestrado por hombres armados la mañana del 26 de abril después de dejar…

  • Foto del dia
  • Mundo
  • Noticias

Las bolsas del CLAP, Lara, Venezuela – Foto del día

Rogelio Mendoza de Venezuela tomó nuestra foto del día: "Las bolsas del CLAP" en Lara,…

  • Mundo
  • Reportajes

Las víctimas de esclavitud en Ecuador merecen reparación

Cientos de familias trabajadoras soportaron condiciones de salarios mínimos, explotación, falta de acceso a servicios…

Con el motivo de mejorar el uso y la navegación, Havana Times utiliza cookies.