Retrato de una parálisis

Daisy Valera

De la película Últimos días en La Habana de Fernando Pérez.

HAVANA TIMES — Evidentemente llego tarde a escribir sobre una película que está en la cartelera de la Cineteca Nacional de la Ciudad de México: Últimos días en La Habana. Este largometraje de Fernando Pérez, quizás por haber obtenido el premio a mejor película iberoamericana en el Festival de Málaga; continúa proyectándose en el mejor lugar para ver cine de arte en la ciudad.

Vi “Últimos días en La Habana” hace tres semanas y la principal sensación que recuerdo es querer levantarme una y otra vez del asiento y abandonar el cine. Lo otro fue las risas de los mexicanos ante las groserías que alcanzaban entender mientras yo sentía estrujarse algo dentro de mí. No pude reír con nada, por nada.

Se me ha ido olvidando La Habana, o posiblemente me esfuerzo para que se borre, es algo que no me queda muy claro. Quién sabe por qué hoy desperté con una curiosidad extraña sobre las críticas a esta película y me encontré la de algún español iluminado llamándola película plana. ¿Plana? Ese adjetivo está fuera de la ecuación.

Finalmente, “Últimos días en La Habana” no es una película sobre la muerte, porque, de serlo, sería superficial; el centro del drama no es el hombre que muere de SIDA en el cuarto viejo de un solar. Tampoco siento que el propósito sea mostrar una ciudad que se derrumba junto a personajes que también se caen a pedazos como en “Suite Habana” (2003).

Creo que dentro del cine cubano ya fue superado el momento de mostrar la decadencia estética de la capital. Ya el escenario en ruinas no es un llamado de atención, es sencillamente la escenografía cotidiana donde transcurre la vida de los personajes, de las personas. La Habana está arruinada y punto.

Y entonces la película es posiblemente “más de lo mismo”, para los que cada día toman una camello, sudan bajo los portales y se alegran de comer un trozo de bistec en la Isla. Lo mismo con lo mismo para los cubanos que han tenido que aprender a trabajar en negocios privados o para los miles que tienen como meta personal escapar del país.

Pero llevo 3 años viviendo en México, acostumbrándome a una vida y cultura drásticamente diferente. Quizás lo que me llevó a sentarme a ver la película fue una curiosidad ingenua y el respeto por este director que me sigue pareciendo el mejor que tiene Cuba en la actualidad.

La película es única posiblemente para los que desde fuera miran de cuando en cuando el país que abandonaron. Para los que como yo no se enteran de qué tanto está cambiando en el planeta Cuba. Luego de 10 minutos de filme sientes caer sobre tu cabeza un cubo de agua fría a los 16 grados de temperatura de la Ciudad de México.

Te llega de pronto esa frase bien popular a la cabeza: el cuartico está igualito. Y allí está el drama, el director retrata con alarmante exactitud la cotidianidad nacional que no ha cambiado prácticamente nada. Esa simpleza con que alguien espera la muerte de un ser querido para tener un espacio para vivir, el desenfado ante la prostitución rampante y el emigrar como único camino a la felicidad.

Después de algunos años, esperé encontrarme una Habana ligeramente cambiada, pero no, y es lo que aterra y duele de la película. Últimos días en la Habana es el retrato de una parálisis.

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