Daisy Valera
Hace poco regresé de Sancti Spíritus, mi provincia natal, a esa pequeña ciudad del centro de Cuba me une mi también pequeña familia, a la que visito siempre que tengo la oportunidad.
Yo no puedo ver a Sancti Spíritus como una ciudad, para mi sigue siendo una villa, como la llamó Diego Velázquez al fundarla en 1514.
La villa del Espíritu Santo es pequeña y limpia, con algunas edificaciones viejas que no presentan peligro de derrumbe y con muchos edificios pequeños y muy parecidos.
En Sancti Spíritus la construcción más alta es de 12 pisos y el medio más extendido de transporte es la tracción animal.
Muchos espirituanos son rollizos, asumen que la gordura es sinónimo de salud.
Hay pocos locos, menos travestis y el teatro y los cines prácticamente no funcionan.
Coincidirán conmigo que Sancti Spíritus es un lugar muy diferente a La Habana.
Pero en la semana que estuve por allá pude llegar a encontrar un pequeño punto de contacto, y estaba justo en el transporte.
Hace menos de un año comenzó a aparecer una flota de ómnibus urbanos, chicos y de un color verde intenso.
Parece que los cubanos tenemos cierta necesidad de ponerle nombre de animales a las guaguas, los habaneros tienen sus camellos y los espirituanos decidieron ponerle “cocodrilos” a su nuevo trasporte.
Fue en la cocina de una vecina donde comenzó la conversación sobre los “cocodrilos.”
Las cuatro mujeres que junto a mi velaban que se terminara de hacer el café, estaban contentas que después de tantos años retornaran las guaguas que desaparecieron con el período especial.
La guagua solo cuesta 20 centavos y los carretones tirados por caballos cuestan un peso, así que es un ahorro considerable.
De la parte positiva se pasó a la parte negativa del asunto, mis vecinas me comenzaron a comentar los males del trasporte urbano.
A una el pelo le quedó trabado en la puerta de la guagua, un amigo de otra se partió el pie al ser empujado fuera del ómnibus.
Todas coincidieron que hay que correr como en una maratón para lograr abordar y que adentro nadie cabe.
Que hay que tolerar malos olores inimaginables y que las personas suban con gallinas o sacos de viandas haciendo la situación más difícil.
A mi la historia me pareció muy conocida, les terminé diciendo que eso es lo que tengo que soportar yo todos los días en nuestra capital.
Pero si piensan que todas las anteriores dificultades fueron contadas con tristeza, se equivocan, en aquella cocina nadie paro de reír a carcajadas de los problemas en los cocodrilos.
Los espirituanos son también diferentes de los habaneros, más optimistas y alegres pero desgraciadamente menos críticos.
A partir de esta semana pienso enfrentarme al transporte de una manera diferente, sin olvidar que la situación es crítica, voy a tratar de sonreír y recordar que nací en Sancti Spíritus.
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