La lanchita de Regla, al anochecer

Daisy  Valera

La lanchita de Regla

HAVANA TIMES — Hay momentos, lugares y situaciones en Cuba que nos permiten entender que las aplaudidas transformaciones no son más que migajas. Un poco de aceite y varias tuercas apretadas en un mecanismo diseñado para perpetuar la inercia, el estancamiento.

A fin de cuentas: ¿cuántos pueden soñar con comprarse  un carro o una casa?

El pasado domingo estaba por tomar la lanchita para regresar a Regla a eso de las 9 pm.

La noche del domingo es el peor momento para esperar una guagua en La Habana.

Y la lancha es el medio de trasporte estatal más eficiente de la ciudad: una frecuencia entre los 15 y 30 min, un viaje cruzando la Bahia de La Habana que dura no mucho más de 5 min y un precio de 10 centavos en moneda nacional.

Atravesé gran parte de la Habana Vieja y entré apurada en la terminal de la lanchita esperando salvarme de hacer la cola del P 15 por más de una hora o pagar los 20 pesos que cobran los almendrones.

Desgraciadamente en las noches, la lancha (sin vendedores de pasteles y maní o estudiantes gritando el reguetón de moda) se convierte en algo muy parecido a una estación de policías pero con peor iluminación.

Dos policías en la puerta, dos dentro de la lancha y custodios también armados revisando los bolsos.

Cuando Eddy y yo abrimos la mochila y recordamos que traíamos la computadora supimos que no estábamos en el lugar adecuado.

Chocamos de paso con el hecho de que el fusilamiento de tres jóvenes por tratar hacerse con la lanchita para llegar a Estados Unidos  no es un eco del 2003, si no un grito que hace sospechar  de aquellos que lleven lo mismo un pastel que un DVD.

Las dinámicas de la  lancha de Regla también son un recordatorio de que la pena de muerte está empotrada en nuestras leyes, sin necesidad de que  nuestro presidente  alardeé  de ella en una cumbre de la CELAC.

Pescadores en La Bahía de La Habana

Cerramos la mochila y explicamos nuestra equivocación (casi nunca trasportamos la laptop por temor a que se rompa).

Tratamos de irnos lo antes posible pero no fue nada fácil.

Nos pidieron el carnet y comenzó un diálogo que tomó rápidamente matices de discusión.

No me hace feliz que me pidan mi identificación sin buenas razones. En esta ocasión las razones eran pésimas: Habíamos cometido una INCIDENCIA y teníamos que dejar nuestros números.

¿Qué era una INCIDENCIA? Nunca nos enteramos por más explicaciones que pedimos.

Lo único que obtuvimos fue que dos policías repitieran como máquinas que debíamos entregar el carnet y  una custodio diciéndonos que si algo nos molestaba nos quejáramos en el gobierno que a ella no le importaba nada de aquello.

Finalmente: ¿Cambia realmente el panorama de la isla si la tan esperada reforma migratoria no evita que los que necesitan subirse a una lancha sean tratados como delincuentes o supuestos inmigrantes ilegales?

¿Qué justifica ahora que nuestros números de identidad terminen en una lista que no sabemos cómo será utilizada?

Quizás la respuesta sea que la Cuba de hoy no se diferencia demasiado de la del año 1999 cuando robarse la lancha de Regla casi se convirtió en un deporte.

Hay cosas que permanecen inmutables: los bajos salarios, la doble moneda, la imposibilidad de comprar un boleto de avión o de conseguir visa, la falta de autonomía y sobre todo la dificultad para imaginar un futuro de desarrollo personal dentro del país.

Que más de 35 000 cubanos emigren  anualmente es un hecho que habla por sí solo.

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