Daisy Valera
Desde hace algún tiempo ya se ha empeñado en vivir en la cocina de mi casa una pequeña rana, a la que cariñosamente llamo Juana (a pesar de no saber su sexo).
Las noches prefiere pasarlas en el marco de la ventana por lo húmedo y frío que es el aire.
Mis primeros pensamientos al descubrirla, fueron:
-Si me cae arriba, me da un infarto.
-Esa rana tiene que irse de aquí.
-La voy a echar con la escoba.
-Está acabando con mi tranquilidad. ¿Cuándo se irá?
Juana me aterra, nunca he podido soportar la sensación de la piel fría y pegajosa de las ranas al hacer contacto con la mía.
A pesar de eso, nos hemos ido adaptando a la convivencia. Tanto así que ahora ella prefiere pasar el día en la maceta de mi planta Elizabeth, porque seguro se siente más fresca allí cuando hace calor.
Pero al principio de nuestra relación, cuando Juana me veía ir a la cocina o encender la luz en la mañana, abandonaba el marco de la ventana para esconderse, detrás del estante.
He decidido no perturbarme por la presencia de la rana. Creo que podemos convivir armónicamente.
Aunque me da escalofríos mirarle a sus ojos negros y grandes, o pensar en el contacto con su piel, ella tiene el derecho de vivir en donde se sienta cómoda.
Así que respetaré su espacio, pero no desde una posición de poder, sino desde una postura de respeto a la vida y preferencias de un ser muy distinto a mí, pero igual de importante en este mundo.
Entonces me pregunto:
¿De qué manera se asume hoy en el contexto social y político el respeto a los blogueros, ya sean estos de izquierda o de derecha?
¿Es acaso desde una posición de poder?
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