El sentimiento de los de abajo

Daisy Valera

El Hotel Deauville de La Habana.

Hoy les hablo de una sensación rara,  es algo que me invade cuando voy a comer fuera de casa, cuando estoy  en un hotel o simplemente en un lugar caro, espacios que no estoy acostumbrada a visitar.

Todas las ocasiones que he entrado en un hotel me he sentido incómoda, como si el personal de seguridad me fuese a agredir por estar allí, porque desde niña comprendí que estos lugares no eran para personas como yo, sino para extranjeros o en algunos casos para “trabajadores vanguardias.”

No recuerdo como aprendí esto, pero me imagino que como todo proceso cognoscitivo, a través de la educación. Educación que ocurrió bajo circunstancias especiales, como fueron:

–       El ambiente humilde de los lugares donde crecí (lidiando con un televisor y unos muebles rotos).

–       Los bajos salarios de mis padres y las explicaciones de estos, simples trabajadores.

–       La interacción diaria con chicos de mi mismo estatus económico e incluso inferior (teníamos que cuidar como oro la mochila y los zapatos de la escuela).

Cuando fui un poco mayor, me contaron que hubo alguna resolución ministerial que legislaba la entrada de los cubanos a espacios, llamémosle “sofisticados.”

Hasta el sol de hoy no he podido encontrarla para leerla con detenimiento.

Pasada la infancia, más de una vez he podido darme un gusto y he salido a comer fuera (porque eso en Cuba es darse un gusto) y  la misma sensación aparece, incluso cuando hay suficiente dinero para pagar. .

No creo que las chicas y chicos de mi edad que manejan lujosos carros por las calles de La Habana sientan lo mismo.

Ni esas personas que veo vestidas con ropas necesariamente sacadas de boutiques no nacionales.

Ni los que con la mayor tranquilidad del mundo entran a los mercados en CUC (divisas) y compran de una vez carnes, yogures, jugos y frutas como si fueran productos baratos.

Tener incorporada esta sensación es descubrir que hay clases sociales y que yo pertenezco a la de los humildes.

Dicen algunos amigos que se han ido del país que esa sensación nunca desaparece por completo, que el cubano siempre que está en un lugar así, se cuestionara si esta haciendo algo incorrecto, si le van a venir a regañar.

Quisiera sepultar esta amarga sensación que me permite disfrutar de un lugar bonito solo media hora antes de marcharme, pero no se como.

Y pienso en el resto de los que como yo son intimidados por lugares y precios a los que pueden acceder de forma esporádica.

Lo lamento por ellos y por mi.

Este mal sabor en la boca no lo borra la nueva resolución que permite a los cubanos hospedarse en un hotel.

Pero sospecho que las nuevas medidas encaminadas a aumentar la propiedad privada y la contratación por  particulares de trabajadores asalariados y el aumento del número de desempleados lo acrecentarán.

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