Cuando no basta con los sueños

María Matienzo

Mi éxtasis era envidiado hasta por mi Yo despierto.

Suena el teléfono y es un buen pretexto para dejar de escribir, sobre todo si es para que una amiga me recuerde que los sueños existen. La conversación toma un giro que me agrada y se extiende hasta pasar una hora.

Recuerdo de un golpe que una bruja me cosió en la palma de la mano un colibrí; que viajé a la India; que viví, con un mes de antelación, con la mujer que amo ahora; que una serpiente significaba un encuentro con Ana Margarita; que escalé entre ángeles petrificados para llegar a una cima; y que el mar, siempre el mar, me alertaba de cuanto podía pasar.

Una vez caminé por encima de las aguas y salté de una montaña a otra, con cierta aprehensión en el pecho, pero sin miedo; en otra ocasión me escondí tras las caderas de mi abuela como única protección para llegar al final del camino; una tarde me quedé dormida y tuve una conversación muy seria con un niño que me alertaba de una muerte segura, luego me vi envejecida junto a mis abuelos.

Vivía un mundo paralelo a todo color, sin limitaciones. Con los ojos cerrados era otra. Y ya sé que van a pensar que, además de fantasiosa, tengo rasgos de esquizofrenia, pero que más da: mi éxtasis era envidiado hasta por mi Yo despierto.

Una vez decidí que mis sueños debían saltar a la realidad.  Me convencí de que podía fundar una pequeña editorial y conduje conmigo a diseñadores e ilustradores talentosos.  Arrastré a cuanto soñador me encontré por el camino, sin distinción de raza, sexo u olor.

Me hice de un logo, un slogan y un manual de identidad.  Me hice de un lenguaje para cada una de las barreras que pudiera encontrar.  Me registré como propietaria y comenzamos a trabajar en unas cuantas historias para niños, en las que la belleza, la creatividad y la diversidad iban de la mano.

Soñé con poder producir muñecas de trapo y materiales didácticos que enseñaran más sobre nuestra historia.

Soñé, soñé, soñé. Hasta que desperté.

Unos años fueron suficientes para comprender que con la iniciativa individual no bastaba (te hacen creer que ni siquiera es válida).  No bastaba con la palabra, con las ideas, ni siquiera con el dinero. Fui demasiado optimista y pensé que podría romper la infranqueable barrera de la centralización del pensamiento, de la acción.

Engaveté mi más grande sueño. Se me quedaron hojas foliadas, documentos de Corel Draw diseñados e ilustrados esperando por su edición.

Ahora ya no sueño ni siquiera con los ojos cerrados.  Es el precio que debo pagar. Solo me queda de consuelo que aún, cuando miro los archivos, siento una apretazón en el pecho y un salto en el estómago, como quien no ha olvidado a un viejo amor y tiene la esperanza de un reencuentro.

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