Una opinión interesante sobre el matrimonio mixto

Por Ben Anson

HAVANA TIMES – “Entonces… se va a casar con un gringo, aquella …”, dije, mientras conversaba con un conocido de mi edad, cuando me dio un aventón en su Honda.

“Ese está hasta la guaya” (“Este tipo está acabado”), me respondió, usando un dicho muy hondureño, que apenas se traduce.

Me hizo reír mucho.

Luego, al recogerme, mientras estábamos sentados en el horrible tráfico, le pregunté por qué tenía esa opinión.

“La ignorancia de esos manes del norte es tremenda,” vino su respuesta.

Le hice ampliar eso para mí …

A la vuelta de una esquina, giró y bombardeó su auto mientras se reía, y me explicó por qué sentía que una amiga nuestra estaba “atrapando” a su prometido de Carolina del Sur.

“¿Crees que esas inditas se casan con gringos por amor?”

A pesar de su lenguaje insultante, que es muy común aquí curiosamente (la burla de indios o hondureños destacados por indígenas), puede haber tenido razón. En cambio, le dije que me diera su respuesta sobre si se pensaba o no que se hizo por amor o no.

“¿Cómo es que la mayoría de ellas conocen a sus esposos, entonces?”

“A ver …” respondí.

El siguió, sonriendo.

“Por Internet. Se van a enamorar enviando mensajes de texto y viendo fotos, ¿crees?”

“Lo dudo”, respondí.

Luego, el joven continuó explicando cómo, tan pronto como se firman los documentos del matrimonio, la vida del gringo aparentemente se convierte en una miseria. El dinero que se manda a la familia de la mujer en Honduras es una demanda constante.

Una tía está enferma.

Una sobrina necesita nuevos libros escolares.

La madre quiere dinero para solicitar una visa para visitar a su hija en los Estados Unidos.

Ya toda la familia quiere una visa.

Un cumpleaños.

Navidad.

Otros períodos de vacaciones.

Alguien quiere construir una casa en Honduras.

Alguien más quiere estudiar o tomar cursos en alguna parte.

Él tomó unos buenos cinco minutos para enumerar todo, todo de lo que se le ocurrió.

Luego pregunté si sentía que todas las mujeres hondureñas se comportarían de esa manera. Seguramente, las mujeres hondureñas y los gringos se han enamorado de verdad.

“Mira papi, el gringuito se enamora de la idea de tener una mujer exótica, diferente de las de su país. La hondureña se enamora de la idea de no tener que preocuparse por el billete y ser mantenida por el resto de sus días … ”

No me quedó otra opción que preguntarle por qué se jactaba de tener una opinión tan fuerte.

“Mi hermana – mano- se casó con un canadiense, y te juro que le hizo la vida imposible a este muchacho. Te doy un ejemplo, nada más. ”

El chat me pareció tan intrigante que más tarde se lo mencioné a una conocida mía, casada con un italiano. Era a través de una conversación por WhatsApp.

“Pura paja (completa tontería). No todas somos como él dice. Creo que cuando conocí a mi esposo, yo tenía más dinero que él. Solo hule* pasaba ese imbécil.” Ella bromeó.

“Lo amo mucho. Y si no fuera así, no me habría casado, así de simple es.”
—–
*Hule. Es decir ‘estar sin dinero’ en Honduras.

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