Los conspiranoicos y la agresión a Havana Times

Armando Chaguaceda

Calle Muralla de La Habana. Foto: Caridad

HAVANA TIMES — En días pasados han aparecido en varios blogs de la isla -y en sus réplicas internacionales- repetidas acusaciones sobre el carácter contrarrevolucionario y conspirativo de Havana Times.

La casual reiteración del ataque ha generado la indignación y alerta de quienes participamos en este medio. Y ha propiciado una serie de respuestas personales y colectivas, que buscan frenar y revertir esta acusación y sus posibles efectos.

Estos post infames deben ser leídos no solo por lo que dicen sino por el contexto en que se dicen. La gravedad universal de cualquier difamación personal se ve ahora agravada, en el contexto cubano, por el carácter anónimo de algunas de las acusaciones y por la asimetría de recursos que existe entre quienes lanzan las diatribas y los emplazados.

Los primeros (con firma personal o apócrifa) cuentan con el presumible auspicio o anuencia de instituciones y visiones oficiales. Los segundos podrán sumar, a los inagotables argumentos morales y a la solidaridad de gente decente, recursos legales muy limitados para reparar el daño sufrido.

Todo ello opera en un contexto donde los Derechos del Estado -y sus acólitos- suelen imponerse a las magras garantías y procedimientos de un ausente Estado de Derecho. Y a limitados mecanismos disponibles a los ciudadanos, comunidades y, en ocasiones meritorias, a aquellos funcionarios e instituciones comprometidos con la legalidad y dignidad humana.

Pero aunque limitados, existen, y vale la pena esgrimirlos frente a semejantes cultivadores del chisme.

Estos fiscales del ciberespacio son una nítida expresión de conspiranoia fenómeno en el cual –bajo una deformación de las reglas y contenidos del debate público- los rumores sustituyen a los argumentos, la difamación a la ética y la lógica de policía a la ideología.

Al confundir la diversidad de opiniones con un complot planificado y urdido desde un “Puesto de Mando”, los conspiranoicos no hacen otra cosa que buscar al otro en el espejo donde reflejan sus modos y móviles de cómo interpretar y opinar sobre la realidad que los rodea.

Al tener vetada (o castrada) la autonomía, los conspiranoicos consideran que todos son de su misma condición. Por tanto, interpretan que los columnistas de HT nos regimos por la misma lógica de aquella obra de Eduardo del Llano, Braimstorm (http://www.youtube.com/watch?v=GZeR0ZXl1_E&list=FLPGsXUcDRtoJax_KwgqDVpA&index=22&feature=plpp_video).

En el magistral corto, la mediocridad, la simulación y la falta de iniciativa caracterizaban el ejercicio de un periodismo castrado, en claro reflejo a las lamentables condiciones que lastran el desarrollo de la prensa cubana.

Así, frente a la riqueza y hasta las contradicciones que pueblan las columnas de HT, estos sujetos expanden su paranoia (y la amplifican hacia sus públicos cautivos) presentando como conspiradores a simples ciudadanos que ejercen el derecho, consagrado en la Constitución, de expresarle libremente, sin agendas ni mecenazgos ocultos.

Hay otro rasgo que llama la atención de quienes nos acusan: su aparente desatención a los problemas y procesos de nuestro país, frente a la prioridad obsesiva y policiaca de presentar supuestas “pruebas” y “expedientes” de aquellas voces que les incomodan.

Como es conocido, los columnistas de HT dedicamos posts a múltiples problemáticas nacionales y mundiales -existenciales o políticas, deportivas y ambientales, de género o artísticas- como muestra de una sana amplitud de miras, donde los énfasis y prioridades de cada columnista son complementados por los intereses y visiones del otro.

Así se genera un rico espacio de diálogo que suele no gustar a los extremistas que quieren presentar a la isla y el orbe como un paraíso o un infierno, según sean sus intereses personales.

En cambio, parece que nuestros difamadores viven en un país donde todos los problemas que aquejan a la gente están resueltos. Y creen que sus vecinos y compatriotas viven también así.

Desde su lógica las dificultades de la vida cotidiana de cada ciudadano debieran subordinarse a los condicionamientos geopolíticos y a la peculiar visión que sustenta una voluble Razón de Estado.

Si hay un brote epidémico, si el agua no llega al barrio o si el transporte empeoró –por mencionar sólo algunos elementos del diario bregar- los conspiranoicos consideran que nada de eso es relevante para sus compatriotas.

Para ellos, la prioridad de cada cubano será entender como en otros países la gente está peor, como esos problemas son culpa de factores externos y como, cuando ya no sean ocultables, habrá que minimizar su exposición pública para “no dar armas al enemigo”.

Amén de debates y valoraciones ideológicas, la propia naturaleza de los post conspiranoicos los expone como productos temáticamente sesgados y, aparentemente, teledirigidos.

En su modelo de prensa, las agendas personales se confunden en un guión donde varios actores interpretan un mismo personaje con casi idénticos bocadillos.

Coro conspiranoico donde la emulación, en los marcos de un plan de producción de injurias, parece nutrirse de los aires de competitividad y eficiencia que vive el país dentro de la llamada “actualización del modelo”.

Lo cual, dicho sea de paso, nos lleva a preguntar bajo qué criterios se concede, a semejantes chapuceros, el acceso a internet, honorarios y computadoras en un país donde la mayoría de la gente se ve imposibilitada -de forma cotidiana y sin violentar la legalidad – a acceder a esos bienes y servicios.

Si los cultivadores de la conspiranoia persisten en esa cuerda no hay problema; no entraremos en competencia con los cultivadores del chisme. Sí quieren seguir difamando, por corrillos y cuartillas, a quienes ejercemos –como cronistas y ciudadanos- nuestro compromiso para con una verdad siempre personal e inacabada, háganlo.

Pero espero comprendan que enfrentarán nuestras respuestas, personales y concertadas, en todos los espacios y medios públicos y legales disponibles.

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