La Cuba que nos venden

Armando Chaguaceda

El multimillonario de Miami Jorge Perez, habla con el presidente Obama en el evento para empresarios y emprendedores en La Habana. Foto: Pablo Martinez Monsivais/AP-Miami Herald

HAVANA TIMES — Con el viaje de Obama -sus entretelones y ecos- se acelera el parto de la nueva Cuba. Horas antes del aterrizaje del Boeing 747 en Rancho Boyeros, dos fuentes -muy bien conectadas y confiables- me alertaban por separado de que ciertos magnates y cabilderos cubanoamericanos y gringos intentaron, en encuentros con los funcionarios del staff presidencial,  bajar el tono al discurso de Obama en Cuba en lo relativo al apoyo a la democracia y los derechos humanos.

Se trata de gente con mucha plata, contactos, paciencia y disimulo; gente con rancio abolengo y apellidos bicentenarios. Entre ellos, conozco a dos personas decentes; quienes creen, de forma sincera y cristiana, que el mercado provee, a la larga y con paciencia, la libertad civil. Pero otros no son otra cosa que fríos explotadores, herederos de la los latifundistas yanquies y la sacarocracia criolla, la misma clase de gente que alargó el esclavismo y cobijó a Machado y Batista. A estos amigos del “orden y las buenas costumbres” no les conviene una república con cimarrones empoderados ni caleseros bocones. Quieren, lisa y llanamente, enseñorear sobre un capitalismo autoritario, sin sindicatos combativos ni ONGs vigilantes. Necesitan consumidores y empleados, no ciudadanos activos.

Esa banda -y sus intelectuales orgánicos- se ha sumado, de un modo u otro, a la retórica del gobierno cubano; que intenta desterrar los reclamos por un cambio democrático en la isla. El discurso que la sustenta denuncia cualquier preocupación de actores internacionales sobre la vulneración de libertades en Cuba, presentándola como intentos de subversión y cambio de régimen. Frente a tamaña falacia es preciso aclarar las cosas. El cambio de régimen es una política errada, a menudo impulsada por métodos unilaterales y violentos por gobiernos de EEUU, con consecuencias fracasada. Ahí están Bush y Kissinger, Chile e Irak para recordarlo. No hacen falta marines en Malecón ni procónsules en el Capitolio habanero.

Pero la defensa de valores y estándares democráticos básicos es otra cosa: es un imperativo moral de gobiernos, sociedades y personas libres y decentes. No es injerencia ayudar a que la gente pueda vivir con garantías, opinar, organizarse y practicar sus derechos y creencias sin sufrir represión, sea en EEUU y Arabia Saudita, en Cuba y Rusia. Alguien debería “explicar” a los funcionarios cubanos -y a sus nuevos amigos- que no digan más que “el pueblo cubano eligió en 1959”, que solo se necesita orden, inversiones y -para los agraciados- consumo.

Porque los pueblos no son entes homogéneos ni mera suma de estómagos parlantes; porque ningún gobierno puede encarnar, cabal y perpetuamente, la voluntad popular. Menos cuando este no ha sido ratificado en comicios abiertos, libres y justos. Porque para que el salto no sea a un capitalismo salvaje es preciso construir un marco formal de derechos y modos reales para reivindicarlos. En especial por los de abajo.

Cuba no necesita, solamente, dar el salto a una economía del siglo XXI y al reconocimiento oficial de su sociedad multirracial y trasnacionalizada. La anomalía central -al menos en el hemisferio occidental- es la persistencia de un régimen de partido único que administra esa economía, comanda esa sociedad, acota todo disenso. Incluso el de sus seguidores más sinceros, que buscan reformarlo para responder a las demandas populares y aumentar su eficiencia.

Con un Raúl Castro que reveló, en la conferencia junto a Obama, la completa obsolescencia de su liderazgo, se acelerarán los ritmos de la sucesión. No creo, como señala Rafael Rojas en un sugerente texto que la transición a la democracia sea un asunto inevitable, a lo sumo postergado alrededor de 2018. El cambio en curso en la nación y sociedad cubana resulta de una mezcla de fuerzas exógenas -geopolíticas, culturales- y de la agencia de sus actores políticos, en especial de quienes hoy detentan el poder. Y bien podemos pasar de un tipo de régimen (post)totalitario estatista a un autoritarismo con mercado. Con la venia de lo peor del Imperio vecino.

En los encuentros con Obama, el General-Presidente se ha hecho acompañar por su hijo mayor, un oficial de inteligencia de opaca trayectoria. Si las imágenes de hoy remiten a la realidad de mañana, en la familia gobernante habrá pronto un cambio de jefe. Como cuando Michael Corleone sustituyó a un Vito enfermo, entra en escena un depredador con sangre (más) joven y mente ambiciosa, cosa nada feliz para el resto de las especies del ecosistema sociopolítico insular.

Lo (único) bueno de todo esto es que se van definiendo las fracturas y alianzas de la Cuba que ahora nos venden. Y uso el término en su doble sentido, de engaño y subasta. De un lado se consolida un bloque castrense-empresarial criollo, con unción eclesiástica y el aval de las élites conservadoras estadounidenses. Del otro estaremos -sin mucha articulación, plata, medios ni cabilderos- todos los que creemos, desde posturas democrático-liberales a socialistas, en una nación libre y justa, con derechos para todos. Vale la pena, pues, que asumamos nuestra desventaja, que nos reconozcamos entre sí -sin borrar las diferencias- y que hagamos algo para cambiar el destino que se anuncia para la Cuba que viene.

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