América Latina: la academia amenazada

en tiempos (pos)democráticos

Por Armando Chaguaceda

HAVANA TIMES – La libertad académica se entiende como el derecho irrestricto del personal académico a la libertad de enseñanza, opinión y discusión, en la realización de sus investigaciones y en la difusión de estas. Abarca, también, el derecho a opinar libremente sobre la institución o sistema en que trabajan y a participar en organismos académicos profesionales o representativos.

Partiendo de directrices definidas por entes como la Unesco, se ha reconocido el derecho de las y los colegas para expresar libremente sus opiniones en la institución que les emplea, desempeñando sus funciones sin discriminación, miedo o represión.

Igualmente ha ocurrido con la libertad de participar en organismos académicos profesionales, con plenitud de todos los derechos humanos reconocidos internacionalmente. Para ello se concibe que los miembros de la comunidad académica son libres, individual o colectivamente, de buscar, desarrollar y transmitir conocimientos e ideas mediante la investigación, la docencia, el estudio y el debate, entre otros procesos.

Pero no puede entenderse la vida académica, en ningún lugar o tiempo, sin comprender el marco social e institucional en el que aquella opera. Pues los objetivos y prácticas de cualquier comunidad científica dependen de su contexto social más amplio. Necesitan aterrizarse en un piso firme. Este determina el grado y modo de integración de la actividad científica en la sociedad y los nexos con quienes detentan el poder.

Es conocido el rol activo de las comunidades académicas latinoamericanas en la defensa de sus colegas y centros bajo los autoritarismos de derecha de la Guerra Fría. Desde centros de pensamiento autónomo, diversas generaciones de académicos se movilizaron ante los problemas de represión, privatizaciones y exclusión social que vivían sus países.

No obstante, cuando miramos la realidad regional, la libertad académica vive aún hoy horas aciagas, amenazada por actores antidemocráticos de diversa ideología y objetivos. Tanto desde movimientos y gobiernos radicales de izquierda, como desde populismos conservadores de derecha.

Con el regreso de la democracia en Argentina, Brasil, Chile y Centroamérica se recuperaron los derechos a la autonomía universitaria, la libertad de cátedra y la incidencia pública de los académicos en la vida política nacional.

Pese a ello, en varios países, políticos de derecha hacen ahora campaña contra las universidades, por ser portadoras de “discursos subversivos” cómo la llamada ideología de género, al tiempo que continúan intentos de restringir presupuestos y de acotar la autonomía de las universidades federales, por medio de la elección de sus rectores.

Los recortes de fondo, bajo programas de gobiernos neoliberales, impactan materialmente la forma de realización efectiva de una libertad académica formalmente garantizada por las democracias de la región.

Cafeteria cubana en septiembre de 2021. Foto: Juan Suárez

En la otra acera, los regímenes “revolucionarios” hacen lo suyo. En Cuba se ha generado un tipo de sujeción política-ideológica académica sistemática, bajo el control de la burocracia. Podemos encontrar hoy sugerentes análisis y debates sobre temas como pobreza, género y racialidad que desafían las visiones hegemónicas.

Pese a ello, una viceministra de Educación Superior sentenció: “El que no se sienta activista de la política revolucionaria de nuestro Partido, un defensor de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestras convicciones políticas, debe renunciar a ser profesor universitario”.

En Nicaragua y Venezuela las universidades han sufrido el cerco financiero y la ingerencia gubernamental, en medio de la represión a la sociedad civil.

El Estado es, ciertamente, el principal responsable de garantizar la libertad académica. Pero no es único que puede afectarla. En la región operan poderosos intereses empresariales, poco regulados, que favorecen una creciente mercantilización del proceso de producción y difusión del conocimiento.

Asimismo, diversos actores criminales -coludidos o no con los políticos- llevan la violencia al seno de las comunidades académicas. Por último, los activismos políticos de la academia también pueden atentar contra la libertad en el seno de esta, a partir de la sobrerepresentación de discursos y cancelación de personas, debates y garantías.

Vivimos, tal vez, una época fronteriza, en la que nos deslizamos entre las avenidas de una frágil democracia y las trincheras de autoritarismos agresivos. Sobre la libertad académica pende, en la región, una amenaza multidimensional. Toca defenderla y ampliarla, por el bien común. Para que aquella idea de democracias de ciudadanas y ciudadanos deje de ser un mero slogan, anclándose en un firme suelo epistémico, educativo y civil.

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