¿Viajaré alguna vez?

Ariel Glaria Enriquez

HAVANA TIMES — ¿Viajaré alguna vez fuera de mi país? Esa pregunta, que muchas veces me he hecho, tiene su origen como tantas otras, en mi infancia.

Cuando solo aspiraba a traspasar los límites de mi calle, algunos barrios de La Habana, que hoy conozco como las palmas de mis manos, tenían entonces el encanto de lo desconocido, prohibido y verdaderamente peligroso.

Barrios como Jesús María, Cayo Hueso o la Guinera y el Canal, llenaban mi imaginación como aquellos pueblos de las películas del oeste donde se llegaba con cara de malo y cierta autosuficiencia teatral. La imaginada incursión por ellos fue, lo entiendo hoy, mi primer sueño de aventura, al que se unieron películas como Pueblo Embrujado (oeste), El Tulipán Negro o El Zorro (ambas en su versión francesa y protagonizadas por Alain Delón).

Esas fantasías me estimularon a alejarme cada vez más de mi casa, y a los nueve años ya conocía, como nadie, los mejores sitios donde bañarse en el Malecón de La Habana y comprendía que provengo de un barrio tan temido como aquellos.

Poco después, cuando andaba por la secundaria, fueron los pueblos y provincias fuera de la capital los que comenzaron a llenar mi aventurera imaginación, influenciada todavía por aquellos filmes que ya mencioné.

Recuerdo preguntarme qué había más allá de ciertos paisajes que observaba cuando salía de la ciudad, curiosidad que pude satisfacer cuando comencé a visitar a mis abuelos paternos en Ciego de Ávila (bella provincia cercana al oriente cubano).

Tiempo después, junto a mi hermano mayor subí el pico Turquino y anduvimos varios días por el río Yara, ambos en la Sierra Maestra en el extremo más oriental de Cuba. Luego hicimos un viaje de varias semanas por la provincia de Pinar del Río, en el extremo occidental.  De esa manera, siempre a pie y por cuenta propia (palabrita algo peligrosa en la Cuba actual), siendo adolecente conocí de la mejor forma posible mi país.

Por esa época, un vecino mezcla de santero y místico, y además borracho, leyéndome la mano me aseveró que yo conocería el mundo entero y tendría muchas mujeres o no saldría jamás de Cuba y acaso me casaría una sola vez. Así fue como, además de recibir gratuitamente aquella revelación, me convencí de algo que ya intuía: “Los cubanos, como se ha dicho muchas veces, o no llegamos o nos pasamos”.

Ya que he contado el hecho, es justo mencionar cuánto de acierto ha tenido aquella premonición. Si bien no he sido pródigo en amores y he metido algunas patas, tampoco he desdeñado sus dones, y  respecto a lo de conocer el mundo, comienzo a considerar como probable la segunda parte de la profecía. Aun así, tal vez menos que antes, me sigo preguntando ¿viajaré alguna vez fuera de mi país?

 

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