En el peor lugar posible de una nación distópica

Por Ammi

HAVANA TIMES – En mayo del 2018, cuando ocurrió el primer derrumbe, aún había esperanzas. Pensamos que el edificio iba a resistir por mucho tiempo, como si cien años no fueran nada. Pero ya en octubre otras partes habían colapsado dos veces más, lo que nos hizo ver que era una bomba de tiempo.

La vista del precipicio físico, moral y gubernamental se nos mostraba como un cuadro surrealista en evocación del caos. En aquellos días todo fue silencio por parte del Gobierno. Recuerdo hasta hoy la cara del señor Alexis, hoy superintendente de La Habana, inmutable, frío, inexpresivo… – son las palabras de Jorge, el propietario de una vivienda colapsada en el barrio de San Isidro, de La Habana Vieja.

Llegó la pandemia y con ella, un virus mortal se alojó en nuestras mentes: la duda, con un elevado índice de inseguridad. Es como si se hubiera abierto un campo de batalla. No podíamos estar en la calle. Familiares y vecinos no podían alojarnos por la estrepitante frase de: “Quédate en casa”. Me dolían los oídos de escucharla y yo pensando: ¿en cuál casa me quedo? Comenzaban a cerrarse las puertas de la ciudad y con ellas nuestras posibilidades de un techo seguro.

Miraba al edificio que parecía una tumba vertical, dispuesta a momificarnos dentro de sus escombros. Decidimos abandonar la vivienda definitivamente en agosto del 2020, hasta que se encontrara una solución.

Cuatro rentas en un año es demasiado. Al principio pagábamos 60 CUC o 1500 pesos cubanos. Pero con la llegada del reordenamiento en enero 2021, muchos arrendatarios cambiaron el valor por la moneda de moda (el dólar estadounidense). El costo aumentó considerablemente de 60 CUC a 60 USD o el equivalente en moneda nacional. Aquellos 1500 pesos hoy se nos han multiplicado hasta alcanzar los 4500. A veces hay que elegir entre estar a salvo o comer, y comer puede esperar hasta dos días.

La mayoría de los cubanos tienen que conformarse con un salario que básicamente solo alcanza para comprar alimentos y algo de aseo, por lo tanto, reparar un edificio centenario ha quedado como el sueño frustrado para muchos, que hoy viven en condiciones similares.

Después de tres años, mi hija ha cambiado de escuela cuatro veces. No sabemos dónde comenzará la secundaria, ni idea acerca de nuestra supervivencia. Estamos al azar, ni siquiera podemos volver al derrumbe de la calle Damas 905 y esperar a la suerte o la desgracia, ya eso no es opción. Subir por esa escalera podrida, testigo de muchos aguaceros y donde reina el moho, puede ser fatal.

Mientras tanto miramos solo la punta del iceberg, como parte de una estructura más, en una ciudad distópica. – guarda silencio con la vista en uno de los baches de la calle.

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