El virus de ser invisible

Por Ammi

HAVANA TIMES – En el pasado quería irme de Cuba por el hambre, la miseria, los deseos de libertad, ahora quiero irme por una enfermedad que se ha apoderado de la Isla, se llama: Indiferencia.

Dejé de sentir esa actitud de apego, aquel entusiasmo que caracterizaba a los cubanos de sensibilizarse de hacer suya cualquier causa, que iba desde el poquito de sal que necesitaba el vecino, hasta la emoción del deseo ferviente de acompañarlo en un hospital y recorrer cielo y tierra por un medicamento en falta.

No puedo decir que el mal es general, siempre escuché de mis abuelos la famosa frase de “existen personas buenas todavía”, tampoco es que esta anestesia emocional, me impida vivir mi propia vida y adaptarme al espacio que habito, solo que me acostumbré a un país de gente sencilla, pero sin barreras ni muros corporales, gente que te abrazaba en el instante de conocerte.

Esta frialdad afectiva llegó a Cuba para quedarse, viene con un escudo que acoraza al “yo” aislándolo en lo más oscuro e inhabitable de la existencia humana.

En términos de convivencia ciudadana, la indiferencia suele ser rechazada, en mi opinión va en contra de los valores de respeto, solidaridad y empatía necesarios para vivir en sociedad.

Yo necesito movimiento, necesito responder y que respondan a cualquier llamado de urgencia que se realice, una combinación de sentimientos, una interacción que vaya en contra de la neutralidad que estanca, paraliza, en la que no existe tendencia al cambio.

Deseo irme de Cuba porque está dormida, se ha inducido a un “estado de coma forzado”.

Me duele demasiado mi bandera, mi Patria, el himno de mi nación cantado por voces acostumbradas a la misma muletilla sin encontrar la verdadera consonante.

No quiero ver cómo poco a poco los pasos nos alejan a ninguna parte y nos acercan a ningún lugar; tampoco escuchar lo que dice la gente sin entender lo que piensan; no pretendo percibir palabras con oídos sordos, mientras se asesina a una mujer, vea un niño con hambre o un animal desprotegido; no puedo chocar con cuerpos inertes, con olores y sonido sin dueño, como cementerio colmado, pero vacío.

Este mal es una realidad mundial indiscutible, pero en los cubanos ha penetrado visceralmente en estos últimos tiempos y temo que haya venido para convertirse en cultura.

Anhelo parar un momento, en otro lugar, darme cuenta lo que está pasando a mi alrededor y en mi interior, no contagiarme de este estado moribundo de no reacción. No puedo tolerar que el sin sentido sea nuestro sentido, en tanto silentemente, se va forjando a cada paso esta sociedad indiferente.   

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