¿Vale la pena leer libros de autoayuda?

By Alfredo Fernández

HAVANA TIMES – La pregunta no me la dejo de hacer, al menos desde hace dos años, luego de haber perdido, en apenas cuatro meses, a mi hermana y a mi madre y, como si fuera poco, llevar más de tres años sin encontrar algo parecido a un trabajo decente.

Resulta que, no pocos amigos y conocidos, y siempre desde la buena intención ante el inevitable desasosiego que me embarga por las situaciones anteriores expuestas, me sugieren, y hasta casi me exigen, “que tengo que estar bien pese a todo, pues corro el riesgo de seguir atrayendo más desavenencias a mi suerte esquiva”.

La reiterada petición, casi en masa, de que tengo que estar positivo pese a todo, me ha hecho reflexionar en los últimos tiempos sobre cómo la sociedad contemporánea, vaya a usted a saber por qué, se involucró en el mundo trivial de la autoayuda, en el que inexplicablemente todo lo que te sucede se suele reducir a la culpa de una sola persona –uno mismo- sin importar las circunstancias exteriores. Anulando por completo aquella máxima del pensador español Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias, y si no las salvo a ellas no me salvo a mí”.

No, no importa, el mundo de la autoayuda intenta convencerte, y en no pocos casos lo logra, que tú eres el culpable por las más diversas razones, las principales: tu manera de pensar es mala, por tanto, no mereces el éxito que anhelas, este, escurridizo como es, se ha ido a parar a otras manos más generosas y, sobre todo, menos negativas que las tuyas

Bárbara Ehrenreich es la autora del libro Sonríe o muere, la trampa del pensamiento positivo. Bárbara cuenta que se lanzó a escribir este texto luego de que en el 2004 la señora Rhonda Byrne, autora del primero best seller y luego documental El secreto, declarara que el tsunami de Indonesia se había producido debido a que “los habitantes de esa región habían enviado pensamientos con vibraciones de tsunami”; para Bárbara Ehrenreich fue demasiado, la autoculpabilidad llegaba a un extremo que ella no podía soportar.

En su libro Sonríe o muere la autora explica durante casi 300 páginas, entre otras cosas, la diferencia entre optimismo y esperanza, “(…) las cosas van ahora bastante bien (…), y van a ir todavía mejor en el futuro. Se trata, pues, de optimismo, algo que no hay que confundir con esperanza. La esperanza es una emoción, un anhelo, un sentimiento que no depende enteramente de nosotros. mientras que el optimismo es un estado cognitivo, una expectativa consciente, que cualquiera puede alcanzar, en teoría, solo con ponerse a ello.”

Bárbara también recuerda que luego de contraer cáncer de mamas saltó sobre ella una avalancha de amigos y conocidos que le exigían “Pensar positivo” y como, si fuera poco, “sonreír siempre”, pues, según ellos, ahí estaba, más que en las mismas quimios, el éxito de su recuperación.

Lo cierto es que la sociedad contemporánea como institución logró de alguna manera traspasar su ineficacia e incapacidad para constituir un proyecto de vida integrador al mismísimo ser humano. Si tu negocio o carrera fracasan, tú eres el único culpable, no existe otro motivo, no te esforzaste lo suficiente, no trabajaste lo necesario y, mucho menos, no te autoexigiste todo lo que deberías haber hecho. No tienes que buscar en otra parte.

Par de años atrás una amiga me invitó, con muy buenas intenciones, a un taller vivencial durante un fin de semana completo; viernes, sábado y domingo, en un grupo de cincuenta y tantas personas hicimos ejercicios para subir nuestra autoestima, incluían, recuerdo, ejercicios para pedir ayuda cuando uno lo necesita, como también para sanar el pasado, reconciliarse con él y lograr una nueva perspectiva de la vida. Todo eso no lo encuentro mal, solo que luego de dos años de haber participado en este taller mi vida en realidad no cambió demasiado, nunca apareció un trabajo, los negocios intentados tampoco florecieron y el amor aún no asoma.

A juzgar por la señora Rhonda Byrne, sigo emitiendo vibraciones negativas y por eso no atraigo las cosas que quiero, ja, ja, ja, ja, ja, ja. Los chicos del pensamiento positivo intentan con buenas ganas, pero con éxito dudoso, darle respuesta a un fenómeno tan complejo como el hecho de vivir.

Tal vez valga la pena citar al gran Tolstoi cuando dijo aquello tan lejano del pensamiento positivo, pero tan cercano a la vida cotidiana como: “El único conocimiento absoluto que puede alcanzar el hombre es que la vida no tiene sentido. Nosotros mismos somos quienes damos sentido a nuestra vida.”

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