“Aturdidos, confusos, impotentes, los que viven lejos de la Patria solo tienen las fuerzas necesarias para servirla. Así vivimos: ¿Quién de nosotros no sabe cómo vivimos?: ¡Allá, no queremos ir!: cruel como es esta vida, aquella es más cruel.” – José Martí

Alfredo Fernández

HAVANA TIMES — En julio pasado, luego de tres años y medio, regresé a Cuba y encontré mi país tres años y medio más viejo, empercudido y atrasado.

La bienvenida no pudo ser mejor, el amigo que me fue a recibir al aeropuerto contrató a un comecandela jubilado, que utiliza su Lada destartalado como taxi para poder vivir o, mejor dicho, sobrevivir.

Un tipo raro y contradictorio que, si bien defiende el sistema, expresó que no creía posible que otro Castro dirigiera el país.

Al llegar a la casa en donde pernoctaría esa noche, no había luz, ¿qué raro? Al otro día los vecinos comentaron que había sido un poste caído.

Entiéndase que no salía de Quito desde hacía año y medio, una ciudad fría, incluso en verano; fue como llegar a 1994, cuando los apagones impedían dormir del calor; esa noche me tuve que bañar un par de veces para dormitar un poco.

Salí a comer algo a Los Afortunados, cafetería ubicada frente a la tribuna antimperialista que sobrevive cuatro años después, y aunque comí bien, ya no es la sensación que fue en sus inicios.

Al otro día me fui a comprar pan a la panadería de Calzada y 18, en el Vedado, donde logran lo imposible, hacer un pan peor que el de cuatro años atrás; opté por no comprarlo más, “le venden la harina y todo lo demás a los particulares” me dijo un vecino.

A los cuatro días viajé a mi natal Santiago, digo si a eso se le puede llamar viajar. Las terminales eran un verdadero infierno, así que me fui hasta el barrio Obrero en San Miguel del Padrón y marché por las ocho vías, bueno, si a  eso se le puede llamar ocho vías; tuve suerte de viajar en distintos ómnibus hasta llegar a Las Tunas.

Allí empezó a imponerse la realidad del Oriente cubano, esa misma que hizo que las guerras de independencia comenzaran por allá.

Viajé hasta Bayamo en un camión horrible, con una temperatura en su interior que, por mucho, sobrepasaba los 35° celsius.

En Bayamo otro camión, al medio día, hasta Santiago, donde la temperatura sobrepasó  los 40° o, al menos, así lo sentí.

Casi a punto de desmayarme, en un espacio donde no podía estar ni sentado ni de pie, estiro el brazo con diez pesos y por unas de las ventanas alguien me vende un helado que me supo a gloria, creo que fue lo que me impidió desfallecer.

Llego a mi ciudad natal, y si bien esta ha sido retocada luego del fatídico ciclón Sandy, la gente se ve maltrecha, con los dientes sucios, y esto los que los tienen, siempre sudada, a veces con peste.

Mi país, si a esa Isla se le puede llamar país, definitivamente perdió el contacto con la realidad, se extravió, no sé en qué nuevo resquicio  del psicoanálisis y padece, a no dudar, una patología no estudiada aún.

El proceso de destrucción económica y moral del cubano ha sido lento y, sobre todo, cruel, perfectamente premeditado por los que dirigen la nación desde hace 57 años. No hay duda, el cubano espera, pero no sabe qué.

Un desfasaje psicológico, algo así parecido a un refinado Síndrome de Estocolmo viven mis compatriotas de hoy, se van del país por razones económicas, más no políticas, para eso lo venden todo. Y no saben que fuera de Cuba se puede empezar un negocio hasta con dos mil dólares.

Vaya suerte la de los verdugos de mi país, admirados por sus víctimas, incluso mientras afilan su hacha. Los nuevos mandamientos como resultado del 7mo Congreso del Partido impiden la proliferación de riquezas.

La única impresión positiva de mi viaje fue verificar que el carácter emprendedor del cubano está intacto, con una energía que no pide préstamos a los otros ciudadanos del mundo.

En La Habana vi restaurantes como La Flauta Mágica, VipHavana, Versus, La Catedral, La Chuchería y la discoteca Saraos con calidad y confort a primer nivel mundial, y no lo digo yo que apenas he viajado, se lo escuché decir a gente que desanda el mundo con dinero.

Esta fue la única nota positiva de mi viaje, la única bocanada de esperanza sobre mi país y de que pueda algún día insertarse en algo parecido a un futuro, Dios quiera cercano, aunque, a decir verdad, el poder de los Castro en Cuba está intacto.

Triste realidad para una nación que ya no puede esperar más, que le urge una vida mejor.

Aunque sea una vida compleja y difícil como la contemporánea, pero a no dudar siempre mejor que la actual vidorria que desgasta a mis compatriotas en resolver papas o en la complicada esperanza de engullir carnes.

 

 

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