La familia, la amistad y emigrar

Alfredo Fernández

HAVANA TIMES – El año pasado fue en particular duro para mí, la pérdida de tres personas muy cercanas me hizo sentir, como nunca antes, la evidencia de que la vida es finita y que cada momento adquiere calidad de único.

En junio del año pasado falleció mi única hermana, todavía joven, 52 años, la cual nunca pudo reponerse de una artritis reumatoidea adquirida por la mala alimentación del Periodo Especial.

Mi madre, cinco meses después, fallecía por un infarto. Solo un mes después de morir mi madre pude viajar a Cuba. Al otro día de haber llegado al país, fui a saludar a mi gran amigo Lino Betancourt, que hacía casi tres años que no veía.

Por esa magia que tiene la amistad, luego de saludarnos, conversamos como si nos hubiéramos visto el día anterior. Hablamos de la vida, de nuestros respectivos planes, también lo hicimos sobre Felix B. Caignet, Carlos Gardel y Miguel Matamoros.

Apenas fueron dos horas las que estuve con Lino, pero las experimenté, por lo agradable de siempre, como unos pocos minutos. Al otro día viajaba a Santiago para estar con mi padre en la Navidad y el fin de año. Le prometí a Lino volver en enero y pasar en su casa unos días.

Pero la vida suele ser más grande que cualquiera de nuestros planes y cuando llegué a Santiago de Cuba, mi padre me dio la noticia de que Lino había fallecido el día anterior. Yo, que consideraba la pérdida de mi hermana y madre como un exceso del destino, ahora tenía que reinventarme de nuevo, en segundos, para asimilar la desaparición de uno de mis grandes amigos.

Por esas cosas que tiene el destino fui el último de sus amigos que lo vio con vida, como si me hubiese estado esperando todo ese tiempo para despedirse de mí.

De lo más doloroso de emigrar –y créanme que esa decisión tiene demasiadas cosas dolorosas- está el hecho de no poder enterrar a tus muertos. Levantas un teléfono con una llamada de Cuba y te dicen: “Alfred, perdón pero tengo que darte una mala noticia, hace un rato acaba de fallecer …” y de repente sientes un mezcla horrible de impotencia y tristeza que te desgarra, que termina por cuestionarte no ya tu decisión de irte lejos de los tuyos, sino, incluso, el sentido de la vida misma, o más aún, ¿si vale la pena estar lejos de la gente que te ama sin reservas?

No suelo arrepentirme de mis decisiones, de hecho, no lo estoy de haberme ido de Cuba, un lugar detenido en el tiempo, donde nada cambia, a no ser para peor. Pero igual hay cosas, situaciones, personas, momentos que parecieran hechos para uno solo vivirlos con los suyos, eso que se instalan en alguna parte de tu subconsciente y que por arte de magia reviven cuando estás en tu país, con tus familiares y amigos.

Según Jorge Luis Borges “uno no extraña lugares, sino los tiempos”, de ahí que el gran escritor consideraba cuando menos una imprecisión querer regresar al lugar donde uno fue feliz, algo, según su visión, imposible, pues uno solo pudo ser feliz en un tiempo, jamás en un lugar.

Bendiga quien corresponda a los tiempos consumidos con mi hermana, mi madre y Lino en aquella isla, ya casi, para mí, perdida en el tiempo.

Articulos recientes:

  • Cuba
  • Reportajes
  • Segmentos

15 años de prisión a la joven que transmitió las protestas

Se intenta suicidar en prisión Fray Pascual Claro Valladares al conocer su sentencia, de 10…

  • Cuba
  • Opinión
  • Segmentos

“Distorsiones” de moda en Cuba

Nada nuevo, pero resulta que la palabra se ha puesto de moda, y esta semana…

  • Cuba
  • Reportajes
  • Segmentos

San Antonio de los Baños, donde el humor dio paso al dolor

Sin electricidad y sin acceso a la red de redes, así pasan los habitantes de…

Con el motivo de mejorar el uso y la navegación, Havana Times utiliza cookies.