Más rico que Elon Musk

Hugo Puig y su paladar en Guanabo, La Habana.

HAVANA TIMES – El 31 de diciembre había amanecido agitado para Hugo Puig, pequeño empresario cubano que en estos tiempos denominan emprendedor o cuentapropista. La mala fortuna lo hizo nacer y vivir en Cuba, es duro que entre tantos miles de millones de almas que esperan un cuerpo la suya haya tenido que reencarnar a este sitio, uno de los más desfavorables para invertir esfuerzo y capital.

Sin embargo, quizás sin saberlo, tiene por bandera esa frase inmortalizada por Ernest Hemingway en su novela corta “El viejo y el mar”: “El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido pero no derrotado“. Por eso aquí, en una de las mecas del antimercado ha levantado su negocio, acompañado de un equipo de primera línea.

Como todo buen empresario sus metas no se limitan al rédito, él quiere trascender, dejar una huella de amor en el mundo. Hugo ha demostrado que lo merece, es como la sal de la tierra, el tipo de persona que te hace creer, una vez más, que hay esperanza para Cuba.

Desde temprano un deseo lo consumía, proveer para 180 ancianos y niños de padres con escasos recursos una cena gratis de fin de año desde su paladar en Guanabo, ofrecerles la oportunidad de ser felices por un rato disfrutando de una buena comida con amor y compañía.

Previamente, y a través de la página de Facebook “Devolviendo Alegría”, comenzaba a anunciarse la invitación para repartir comida gratis a este número de personas.

Él no estaba solo en dicha empresa. Contaba con un equipo especial. Yoli, un barman, agilizaría el servicio. Sergio, marinando las carnes desde el día anterior. Michael sacando platos, dulces y refrescos sin descanso. Yennifer ayudando en el servicio; María, fregando. Raciel y Henry ayudando en lo que surgía. Kevin, el cheff, ayudado por Jorge DJ y Erick, el de Mantenimiento. Yipo, el chofer, encargándose de llevar las piernas de puerco a asar.

Todos trabajando desde muy temprano en la mañana. Todos haciéndolo gratis, movidos por amor al prójimo. Todos, junto a Hugo, hicieron posible el sueño de una cena para personas maltratadas por la vida.

Al principio hubo dificultades porque muchos invitados tenían una preocupación que les quitaba la felicidad. Pensar que se acabaría la comida antes de ser servidos.

“No se preocupen, hay suficiente para todos” -les tranquilizaba Hugo.

Hasta que comenzaron a llegar los platos de congrí, puerco asado, yuca encebollada, ensalada con aliño, dulces finos y latas de refresco tukola… servidos como en restaurante, con cubiertos metálicos y servilleta. Entonces empezaron a entender que era en serio, que querían hacerlos sentir especial.

Y cuando comenzó a ver las primeras sonrisas, las caras de satisfacción de esos viejitos y niños disfrutando como pocas veces podrían hacerlo en sus vidas, se sintió el hombre más rico del mundo.

Más rico que el mismísimo Elon Musk, como luego diría, sin sospechar, que más tarde, su gesto se haría viral en varios medios digitales dentro y fuera de nuestras fronteras.

Lea más del diario de Pedro Pablo Morejón aquí.

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