El miedo nos come
Yusimi Rodriguez
HAVANA TIMES, March 1 — Los siguientes hechos han llegado a mí como rumores, y como aparece en el principio de muchas novelas y películas “cualquier coincidencia con la realidad es…” lo que ustedes quieran pensar.
Una enfermera de más de veinte años de experiencia en la profesión, empezó a trabajar en una de las sedes dónde se albergan los estudiantes de otras provincias que se preparan para ser Profesores Generales Integrales (PGI).
La incorporación masiva de estos jóvenes al estudio de carreras pedagógicas fue una de las soluciones de emergencia adoptadas para enfrentar el éxodo masivo de profesores del sistema educacional, principalmente en primaria y secundaria básica, debido a los problemas económicos del país a partir de la década del noventa, el encarecimiento de la vida y la insuficiencia de los salarios pagados en el sector para afrontar esta situación.
En su contacto diario con los estudiantes, la enfermera detectó problemas de dicción y articulación de las palabras en varios alumnos, casos en los que el coeficiente de inteligencia estaba por debajo de lo normal y casos en los que existía trastorno de la personalidad.
Lo reportó a la dirección de la escuela y se procedió a remitir los casos detectados al psicólogo para su análisis y confirmación de los diagnósticos. A muchos se les tramitó la baja, ya que con tan serias deficiencias no debían asumir la enseñanza de niños y adolescentes. Pero el número de casos reportados por la enfermera creció de tal manera que al parecer alarmó a algunas personas y el resultado fue que a ella le llamaron la atención para que no continuara detectando casos.
¿Cuál puede ser la lógica de esta actitud? ¿Acaso la enfermera en cuestión no estaba ayudando a nuestro sistema de educación al impedir que personas no aptas impartieran clases y estuvieran a cargo de la formación de niños y adolescentes de este país?
La persona que me contó esta historia no tuvo respuesta para esta pregunta o no quiso responder. Se trata de un conocido con quién coincido de vez en cuando en paradas de guagua. Cuando le dije que escribo para un sitio en Internet, que no pertenece a los medios de prensa oficiales del país, y le pedí detalles para contar la historia, se asustó.
Se apresuró a decirme que él es revolucionario, seguidor de Fidel y… que no quiere problemas. Tampoco quiso darme el nombre de la enfermera ni más detalles de la historia que me hubieran sido necesarios para darle mayor credibilidad. Finalmente me dio permiso para contarlo, pero sin mencionar el nombre de él, ni dónde vive o trabaja. Nada.
Inculcando el miedo
He notado que las personas se asustan ante la posibilidad de decir en la prensa (no oficial) lo que comentan en alta voz y sin disimulo en las colas, en las paradas, en las guaguas, en las salas de espera de los consultorios médicos, mientras juegan dominó en la esquina.
Son muchas las historias que he tenido que contar ocultando nombres, lugares, fechas, y la que no he podido contar en lo absoluto, porque sus protagonistas han estado convencidos de que aunque oculte sus nombres, “ellos” van a atar cabos, a seguir pistas y entonces… Nadie sabe lo que va a ocurrir entonces.
No sabemos si en realidad va a ocurrir algo. Lo único que es completamente real es el miedo, un miedo que parece habernos sido inculcado a través de la hipnopedia como en la novela “Un mundo feliz” de Aldous Huxley.
Yo también tengo miedo y lo confieso. Una llega a preguntarse si tiene derecho a decir ciertas cosas. Nos han hecho creer que decir las cosas que ocurren y cómo ocurren, es hacerle el juego al enemigo. Muchas veces una prefiere esperar que las cosas sean dichas por voces autorizadas, preferiblemente desde la oficialidad, para luego poder repetirlas o simplemente decir: yo tenía razón.
Lo que se dice fuera de la prensa oficial es como si no hubiera ocurrido, rumores solamente.
Los rumores de Radio Bemba
Está por ejemplo el rumor, en todos los municipios, de que un PGI lanzó una silla a un alumno que lo tenía harto con sus indisciplinas y este, o mejor dicho otro al que la silla golpeó por error, falleció a causa del golpe.
Una mañana, mientras yo estaba en el cuerpo de guardia de un policlínico, llegó una muchacha con su hermano menor, estudiante de secundaria básica, que tenía marcas de magulladuras en la cara, según él porque lo había golpeado la PGI que le impartía clases. Pero eso es lo que él dice.
El mismo conocido que me contó la historia de la enfermera, me dijo que su sobrino también estudiaba para ser Profesor General Integral y se enredó a golpes con un alumno. La familia decidió que abandonara la carrera, por su propio bien.
Otra conocida me comentó que el PGI que le impartía clases a su hijo castigaba a los alumnos que se portaban mal haciéndoles permanecer fuera del aula, a la intemperie, sin abrigo, en un día bien frío. Pero como dije antes, estos son rumores. Rumores que me han llegado de diferentes fuentes, todas bien interesadas en ocultar sus nombres.
No sé si había mejores soluciones para enfrentar la crisis de profesores en el país. No se trata de culpar ahora a quien tuvo esta idea para resolver el gran problema que se había creado. Las soluciones de emergencia son eso: soluciones de emergencia que intentan resolver un problema, pero pueden crear otros.
Puede que al principio de aplicarse esta solución, el proceso para seleccionar a los futuros profesores no pudiera ser muy riguroso debido a lo crítico de la situación. Prefiero creer esto y no que hubo negligencia y facilismo, afán de cubrir las aulas con lo que apareciera e incrementar estadísticas.
También he sabido de PGI que son serios en su trabajo, muestran un gran interés por prepararse y tienen real vocación de maestros. Esto no es algo que dice solamente la prensa oficial; algunas madres y padres hablan de estas muchachas y muchachos y se deshacen en elogios. Quiero incluso creer que estos constituyen la mayoría.
Necesidad para un cambio
Pero basta un treinta, un veinte y hasta un diez por ciento de casos como los detectados por la enfermera amiga de mi conocido para que nos alarmemos.
No es tarde para recuperar el rigor en el proceso de seleccionar a los que formarán a las futuras generaciones y darle baja a quién sea necesario, incluso si está en el quinto año de su carrera.
La enfermera de la historia de mi conocido es un ejemplo de preocupación y también de valentía; es bueno seguirlo, tanto si la mujer es real o ficticia. A fin de cuentas todas y todos hemos tenido héroes y heroínas ficticias en algún momento: Elpidio Valdés, María Silvia, Batman, Cecilín… hay para todos los gustos.
Pero sería mejor que la gente no tuviera que sentir miedo y ocultar su identidad para contar cosas que suceden en la realidad, decir algo que es un secreto a voces o simplemente expresar su opinión, aunque esta contradiga el discurso oficial.