A modo de disculpa
Yusimí Rodríguez
HAVANA TIMES, 2 dic. — Le debo una disculpa a los lectores de Havanatimes. Primero por la cantidad de veces que he escrito sobre el tema del transporte público en Cuba y supongo que debo tenerlos aburridos. Segundo porque cada vez que he escrito sobre el tema hasta el momento, ha sido quejarme. Ingrata que soy.
Hace cuatro o cinco meses, yo me quejaba porque tenía que esperar quince o veinte minutos en una parada para montarme en un ómnibus; cuando por fin aparecía no paraba en la parada, sino veinte metros antes o después, y entonces yo debía dar una corta carrera para alcanzarlo. Una vez dentro, debía soportar empujones, codazos, pisotones y pestes de todo tipo hasta el final del viaje. Debo decir que en esos momentos que yo tanto criticaba, el transporte realmente estaba muy bien.
Ahora, cuando solo tenemos que esperar quince o veinte minutos por un ómnibus, nos sentimos afortunados. El problema es que eso ya casi nunca ocurre. Ahora la espera es de treinta y hasta cuarenta minutos, pero ese no es el problema, porque de hecho, si a algo estamos muy acostumbrados los cubanos, es a esperar.
El problema es que después que usted lleva treinta o cuarenta minutos en la parada y por fin de aparecer el ómnibus, este no para. No estoy diciendo que para un poco antes o un poco después de la parada; estoy diciendo que sencillamente no para.
Cuando vengo a Miramar por las mañanas, no acostumbro a llegar hasta la parada oficial, porque esa es la parada de los bobos. Yo voy a la de los vivos, que está antes del semáforo. Allí, el ómnibus se detiene para que bajen los que han llegado a su destino, y los que tuvimos la precaución de caminar hasta ese punto, nos montamos. Si no está muy lleno, se detiene en la parada oficial (la de los bobos), y algunos bobos logran montarse. De lo contrario, tienen que conformarse con mirarnos desde la acera y seguir esperando.
Hoy, al llegar a la parada de los vivos, la encontré casi tan llena como la de los bobos. Se habían incorporado incluso personas muy mayores. Cuando por fin vino el ómnibus (yo esperé cuarenta minutos, no sé cuanto esperaron los que llegaron antes), paró a casi dos cuadras del punto dónde estábamos y hubo que correr bastante. Y rápido.
Tienes que llegar mientras todavía están bajando las personas, porque el objetivo del chofer es que el ómnibus se vacíe; no espera por los que quieren montar. Pasé junto a un hombre muy mayor, que intentaba correr con una muleta en la mano.
Pocas cosas me resultan más patéticas que un anciano corriendo tras un ómnibus. Casi nunca logran montar. Cuando lo ven partir, se quedan en medio de la calle, mirando a su alrededor con el mayor desamparo.
Pero no me estoy quejando. Estoy feliz porque sólo tuve que esperar cuarenta minutos y correr casi dos cuadras para montar. Lo que me preocupa es que todavía puede ponerse peor.
¿Te imaginas que de pronto tuvieras necesidad de usar una muleta? ¿O qué decir si la vejez fuera algo que nos llegara de pronto? Ahí si empeoraría la situación; digamos que lo que hay ahora es casi miel sobre hojuelas: la eficacia de los servicios que proporciona el estado, la humanización de los servidores públicos, la sensibilización de quienes toman decisiones y de quienes debieran acatarlas, en resumidas cuentas esto está tan cerca de la CONCIENCIA PLENA DE LO QUE SIGNIFICA SER UN ESTADO EJEMPLAR.
Me disculpo, a veces ya ni con sarcasmo se digiere el status quo.