Imágenes del Bosque de La Habana (video)

Por Irina Pino

HAVANA TIMES – Alejado del mundanal ruido, el Bosque de La Habana es uno de los sitios más encantadores de la ciudad.

Para algunos es una selva tropical enclavada dentro del ambiente urbano. Se puede llegar desde El Vedado, e  igualmente está próximo al Municipio Playa.

Su exuberante vegetación, flora y fauna, convida a disfrutar de una belleza incomparable. Disímiles especies conviven en armonía. Allí abundan los jagüeyes, los laureles y el algarrobo de olor.

Los ojos admiran el paradisíaco entorno, las enredaderas cuelgan de los árboles,  semejantes a un encaje verdísimo. En algunos tramos reina el silencio; a veces se escucha el canto de los pájaros.

El Rio Almendares serpentea tranquilo entre el Bosque de La Habana y el aledaño Parque Almendares, también llamado Parque Metropolitano; juntos, poseen una extensión de 700 hectáreas.

En el siglo XIX, su otrora propietaria, la señora Juana Gabriela Embil de Quesada, lo bautizó: Isla Josefina. De aquella época, todavía hay arcos, puentes y escaleras, que quizás formaron parte de la casa señorial.

La casa productora de la televisión usaba con frecuencia estas locaciones. Aquí se grababan novelas de capa y espada para el espacio Las Aventuras, dedicado a los niños y jóvenes; programa de gran popularidad que por desgracia o desinterés ya no existe.

Sirvió de escenario para las adaptaciones televisivas de La Dama de Blanco y Rosas a crédito, de Wilkie Collins y Elsa Triolet.

El día que filmé estuvo muy concurrido, pues era sábado. Mientras captaba imágenes, los intrusos irrumpían, violaban la paz del lugar. Grupos de personas se acercaban al río para hacer rituales religiosos y ensuciar sus riberas; jóvenes quinceañeras posaban disfrazadas de ninfas venidas a menos, cubiertas de pedrería y falsos oropeles.

No faltaron los recién casados para hacerse ridículas fotos. Daban risa las chicas, cuidando de no mancharse los vestidos blancos…

Ningunos de estos visitantes aprecian estos parajes, están ciegos ante la serenidad de sus árboles, ignoran a sus criaturas, no ven emerger la vida silvestre.

Las aguas del río sufren la contaminación por los desechos de la papelera cercana, la religión yoruba, entre otros males cotidianos.

Se avecina algo peor: se construye un restaurante-parrillada al lado de las ruinas. La idea es que acuda más gente a comer y a beber. Menos, a observar.

El estado contemplativo será sustituido por el negocio. ¿Dejará de ser el verdadero Bosque de La Habana?  

Al final de la tarde comenzó a llover, el torrencial aguacero espantó a toda la gente. La lluvia restauró la soledad del entorno.

Siempre evocaré a este bosque como un paisaje pletórico de misterio, que bien pudiera tener un paralelo con La isla del hada, de Edgar Allan Poe.

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