El drama de la emigración cubana: irse o quedarse

Foto: Sadiel Mederos

Por Persona Protegida (El Toque)

HAVANA TIMES – Cabalgar “al pelo y pasar 12 horas en carretera con la cabeza sobre el piso, pegada al vómito de otros migrantes, son los momentos más duros que recuerda Luis Nerey de su travesía entre Nicaragua y Estados Unidos.

Fue en enero de 2022 cuando logró salir de Cuba, pero era una posibilidad que había acariciado desde años antes. En su natal Camagüey, los ingresos como guía turístico iban disminuyendo y la caída fue más drástica con la pandemia. Trató de llegar a Canadá con un contrato de trabajo, pero sus gestiones no fueron exitosas.

“Luego de lo sucedido el 11 de julio en Cuba, y de ver lo acontecido después con las personas que salieron a protestar, se hizo más firme mi decisión. Solo era esperar a que la Embajada de Nicaragua abriera su sistema para solicitar la visa. Felizmente, el 22 de noviembre anunciaron el libre visado y ahí dije ahora o nunca”, cuenta.

Con los pasajes comprados le comentó a un par de amigos su decisión, pero ninguno contaba con el dinero suficiente para emprender el viaje junto a él. Además, tenían mucho miedo. Finalmente, un primo decidió acompañarlo.

Pagó 1 560 USD por un billete de ida y vuelta en la aerolínea Copa desde La Habana al aeropuerto de Tocumen, en la Ciudad de Panamá. Luego otros 480 USD para viajar a Managua en un vuelo de Conviasa.

Luis Nerey y su primo sacaron cuentas. Tenían 12 horas —el tiempo máximo permitido a los cubanos para hacer escala en Panamá sin necesidad de visa de tránsito— para abordar un vuelo a Nicaragua.

“Muchos cubanos temían hacer este tipo de vuelo y conexión porque ECASA [Empresa Cubana de Aeropuertos y Servicios Aeroportuarios S. A.] había dicho en días anteriores que no era posible hacer conexión con aerolíneas diferentes”, recuerda.

“Se había creado mucha confusión, pero una amiga de La Habana y yo habíamos investigado. Llamamos a las oficinas de Copa, a la Embajada de Panamá y ellos decían que era posible. Decidimos tomar el riesgo. Luego, mi amiga le envió a ECASA las capturas de pantalla de la conversación que tuvo con la Embajada panameña, así como los correos de Copa y, a los días, ECASA rectificó su comunicado. A partir de ese momento, muchas personas en Cuba empezaron a volar por esa vía”.

Luis Nerey resalta que la travesía requiere de mucho dinero. Aunque tenía ahorros, su recorrido solo fue posible gracias a la ayuda de su familia.

“En total fueron 8 500 USD: 2 000 de pasajes, 4 500 para el pago de los coyotes y 1 000 para gastos puntuales como pago a retenes, oficiales y policías de Inmigración en Honduras, Guatemala, etcétera”, cuenta.

“La comida, refrescos y el agua que quieras “extra”—o sea, que no estén incluidos en los lugares de alojamiento— son baratos en estos países”.

Según cuenta, llevó al menos la mitad del dinero en efectivo en billetes pequeños, pues en los países de Centroamérica aceptan los dólares, pero el cambio es en la moneda local.

“El cruce de un país a otro es tan rápido que prácticamente no hay tiempo para gastar los pesos nacionales que te dan como vuelto”, recuerda.

Luis Nerey cuenta de corrido cada detalle para no olvidarlos. El pago a los coyotes incluyó comida, hospedaje —a veces en pequeños hoteles, pero la mayor parte del tiempo en casas particulares cerca de cada frontera— y el transporte, sea caballo, moto, camión, lancha o avión.

“No es aconsejable traer encima todo el dinero de la travesía en efectivo. Los pagos los realiza la familia o los amigos desde Estados Unidos por transferencias directas al coyote o a algunos de sus trabajadores a través de Western Union”, comenta.

“Los coyotes están en constante comunicación con nuestros parientes desde que salimos de Cuba”.

Aunque algunos cubanos han sido deportados de naciones centroamericanas como Guatemala u Honduras por su situación irregular. Desde estos países las cifras de personas devueltas a la isla son mucho menores, comparadas con aquellos apresados en México.

Luis Nerey cree que la razón se debe a que esos países se cruzan muy rápido y los retenes, oficiales y policía de Inmigración en general siempre piden de 10 a 30 USD por cubano para dejarlos seguir.

“Al principio teníamos temor de que nos deportara algún oficial de Inmigración, pero luego nos dimos cuenta de que muchos están detrás del dinero”.

El suyo fue un viaje apresurado. No tuvo mucho tiempo para pensar ni planificar. Las únicas historias que escuchó eran aquellas publicadas en medios de prensa, pero nadie cercano y de confianza le reveló detalles. Lo único —y más importante— que sabía era que sus amistades habían logrado llegar a Estados Unidos.

Veinte días duró su travesía. En el camino hizo fotos y videos que apenas compartió con su padre y otros parientes que lo recibieron. También los repasa en las noches en que todavía le cuesta creer que llegó a su destino. Su familia en Cuba ignora los pormenores y también las fotos. Ni siquiera ahora que está a salvo su abuela soportaría saber los riesgos que corrió; su madre tampoco.

Desde Cuba hasta la frontera de Estados Unidos tardó 16 días. Algunos migrantes lo hacen en más o menos tiempo, en dependencia de los medios de transporte, la situación en los retenes y la policía federal, y de si los carteles de la droga dan autorización para seguir.

Luis Nerey asegura que su mayor temor era que Copa o Conviasa cancelaran los vuelos o no le permitieran volar por falta de algún papel.

“Esto estaba sucediendo frecuentemente y había muchas personas perdiendo su dinero. Muchos en Cuba temían que, una vez llegados a México, los retuvieran bajo el programa “Quédate en México” que recién comenzaban a aplicar. Pero otros solo le teníamos miedo al “Quédate en Cuba”“, bromea.

De la travesía que duró 20 días recuerda varios momentos difíciles.

“El primero fue cruzar de madrugada la frontera entre Nicaragua y Honduras. Fueron como 50 minutos interminables a caballo y sin montura. El dolor en la entrepierna y las llagas al otro día eran insoportables”, dice.

En Honduras vio a otros cubanos, que llegaron a las oficinas de Inmigración para solicitar el salvoconducto que les permite transitar por el país, con fracturas por haberse caído de los caballos, incluso una muchacha con el pie enyesado.

Aunque en un momento del viaje tuvo que echar lo más importante en una bolsa de plástico, en mochilas como estas los migrantes cubanos cargan todos sus recuerdos.

Otro de los recuerdos imborrables fue viajar 12 horas en la parte trasera de una camioneta, a más de 160 km por hora, con otros 30 compañeros de travesía tapados con una lona, desorientados y oliendo vómito de compañeros de viaje que se marearon en el camino. Para colmo, el chofer se drogaba para no quedarse dormido. “El mismo chofer que nos llevó a la casa en Honduras al día siguiente se mató en un viaje de regreso a Nicaragua”, lamenta.

En caso de no llegar, Luis Nerey pensaba quedarse a trabajar en algún país centroamericano. Regresar a Cuba nunca fue una opción, solo si lo deportaban.

Según contó, en Honduras los miembros de la Cruz Roja les entregaron un mapa con todas sus oficinas y centros de emigrantes en Latinoamérica, para que, en caso de algún inconveniente, pudieran solicitar ayuda y refugio.

A lo largo de su travesía, en las casas donde se hospedó coincidió con ciudadanos de Nicaragua, Venezuela, Haití, Rusia, Rumania y Brasil.

El grupo de su coyote estaba integrado por 50 personas, incluidas mujeres solas con niños. “Se creó un ambiente de hermandad en el camino. Nos ayudamos entre todos. Los que viajaron conmigo ya están en Estados Unidos”, se alegra.

Luis Nerey nunca se detuvo a contar las personas que conoció en el recorrido, en el centro de detención de la frontera, en las casas y hoteles donde se hospedaron; eran demasiados. “Creo que en los cuatro días que estuve “preso” veía llegar 100 cubanos diariamente”, dice.

Sus estimaciones no son exageradas. Según el Departamento de Aduanas y Protección de Frontera de Estados Unidos, en el año fiscal 2022 (de octubre de 2021 a septiembre de 2022) 224 607 cubanos llegaron a las fronteras entre México y Estados Unidos. Luis Nerey es uno de ellos.

Estar sin querer

Frustrada, en su natal Camagüey, Leydi Laura mira con envidia a todos los conocidos que llegan a Estados Unidos tras hacer la travesía desde Nicaragua. Ella hubiera podido llegar también, pero no tenía dinero suficiente.

“Vendí mi casa, pero aun así el dinero no me alcanzaba”, cuenta. “Por mi apartamento de un cuarto en el reparto Mella —en las afueras de Camagüey— apenas me dieron 6 000 USD. Eso no era suficiente para costear mi viaje y el de mi niña. Daba justo para el pago de los pasajes”, lamenta.

Leydi Laura es graduada de Estudios Socioculturales y trabaja en una librería. Hace tiempo que quiere emigrar de Cuba, pero no fue hasta que su hija cumplió siete años que comenzó a planificarlo en serio.

“Ser madre soltera es muy difícil, más aún en estos tiempos”, dice. “Ya no es tanto por mí que quiero irme, sino por mi hija. Cada día siento más que en Cuba no hay futuro para ella. No quiero que sienta la frustración que yo siento”.

Ella cuenta que mirarse en el espejo la aterra, se siente vieja y sola. Por eso cuando establecieron el libre visado a Nicaragua creyó que era su oportunidad. Durante la pandemia solicitó los pasaportes de ambas y, como el padre de la niña nunca se hizo cargo, ni siquiera la inscribió. No necesitaba ningún permiso para salir de Cuba con ella.

“Tengo amigas separadas que han querido viajar con sus hijos y los padres de los niños no les han dado el permiso”, explica. “En mi caso, tengo la patria potestad única de mi hija y ese obstáculo no existía”.

Leydi Laura lo tenía todo preparado. A través de varios grupos de Facebook contactó con otros seis camagüeyanos que querían hacer la travesía y lo planificaron todo.

“Fueron días sin dormir”, dice. “Hicimos un grupo de WhatsApp para estar en comunicación constante y contactamos los coyotes, la casa de alojamiento para la primera noche en Managua, el intermediario que nos sacaría los pasajes en el mismo vuelo”, cuenta.

Leydi Laura pudo reunir otros 3 000 USD entre préstamos de una amiga en Italia y una tía abuela en Houston. Sin embargo, aún no era suficiente.

El día antes de dar “el sí” a quien les iba a comprar los pasajes desistió. Varias personas le alertaron del riesgo de no irse con el dinero completo y menos aún con una niña pequeña.

“Lloré mucho por la frustración”. Vi a mis compañeros del grupo irse y llegar a su destino a los 18 días. Fueron momentos muy duros según me contaron, pero cumplieron su objetivo.

 ”Mientras, yo sigo en Cuba: sin casa, con una hija pequeña y con unas ganas tremendas de irme de aquí. Ya veré cómo, pero voy a seguir intentando irme”, concluye.

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