Ya casi nadie seca arroz en la carretera

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Por Daniel Valero (Progreso Weekly)      

HAVANA TIMES – En los tramos más soleados y conservados de la carretera camagüeyana que antes se disputaban los arroceros– hoy apenas se pueden ver algunas cuadrillas de secadores. El arroz que ha dejado de secarse sobre las carreteras y los techos de las viviendas dejó de producirse.  Escasos de combustible, fertilizantes y otros insumos productivos, altos costos de fuerza de trabajo, transportación, y sin capital de inversión; tal vez pueda entenderse por qué tanta gente ha dejado de sembrar o está sembrando menos.

Cinco o seis años atrás había que llegar muy temprano si se quería conseguir un buen sitio en la carretera entre La Gloria y Puerto Piloto, dos pequeños poblados al norte de la provincia de Camagüey. Los incontables baches que jalonan esa vía de siete kilómetros se intercalan con algunos tramos todavía asfaltados, ideales para secar arroz. En “tiempo de seca” (de noviembre a abril) allí solían regarse cientos de toneladas del grano por descascarar.

El proceso que lleva el cereal de los campos a la mesa no termina con la cosecha. Luego, el campesino debe secarlo, y pasarlo por un molino para quitarle la cáscara y pulirlo. La transformación del “arroz húmedo” (el recién cosechado) en “arroz consumo” implica tanto esfuerzos como costos: de cada tonelada cortada se obtiene no más de media tonelada del alimento final.

En los tramos más soleados y conservados de la carretera entre La Gloria y Puerto Piloto –y en otros de toda la geografía camagüeyana que antes se disputaban los arroceros– hoy apenas se pueden ver algunas cuadrillas de secadores.

Su ausencia no es resultado del crecimiento de la capacidad molinera. En países con mejor infraestructura agroindustrial prácticamente todo el arroz se procesa en molinos, lo que permite obtener un producto de mayor calidad y en menos tiempo. Pero en Cuba las plantas estatales nunca llegaron a asimilar todo el grano que se acopiaba, y en los últimos años no se realizaron inversiones para ampliarlas. El arroz que ha dejado de secarse sobre las carreteras y los techos de las viviendas no fue a parar a ningún molino; tan solo dejó de cosecharse.

Desde el comienzo de la pandemia se hicieron habituales los retrasos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), en la publicación de sus informes y datos. La última actualización del capítulo sobre agricultura corresponde al Anuario Estadístico de 2023, edición 2024.

La información que compila es inquietante, por demás. En 2023 Cuba registró su peor producción arrocera de lo que va de siglo: 58 776 toneladas de “arroz cáscara húmedo” que, según reportes de prensa, se habrían convertido en unas 27 000 toneladas del alimento listo para consumo, “arroz consumo”.

A modo de contexto, ese volumen de producción representó menos del 4% de la demanda anual de la Isla (700 000 toneladas, según los datos, también por actualizar, de comienzos de la pandemia). Además, equivale a menos del 12% de lo que se había logrado acopiar siete años antes, cuando se estableció un récord histórico de 304 000 toneladas de “arroz consumo” (2018).

La caída logró cortarse en 2024, reveló hace pocas semanas el presidente del Grupo Agrícola del Ministerio de la Agricultura (MINAG), Orlando Linares Morell, en una entrevista al periódico Granma. De acuerdo con sus declaraciones, el año pasado se habrían completado cerca de 80 000 toneladas de “arroz consumo”, si bien los rendimientos por hectárea siguieron siendo menos de la mitad de los que se obtenían en 2018. “El cultivo del arroz es muy técnico. Requiere un paquete tecnológico que el país hoy no dispone. Por eso, hubo que sacarlo del balance nacional. En 2024 la canasta familiar normada fue 100% importada y en 2025 también se prevé que sea así”, anticipó el directivo.

A primera vista, pareciera que la decisión de cubrir con importaciones lo que la Isla no produce se funda en la lógica económica. Pero en la práctica no parece ser así.

En junio de 2020 el entonces director de la División Tecnológica de Arroz en el MINAG, Lázaro Díaz Rodríguez, le explicaba al propio Granma que el programa de desarrollo integral de ese cultivo (puesto en marcha en la campaña 2011-2012) tenía su mejor baza en su rentabilidad demostrada para las condiciones de Cuba. El costo de cada tonelada de producción nacional se calculaba en torno a los 319 dólares, en tanto que para la compra del cereal extranjero se había estimado un precio promedio de 520 dólares por tonelada, durante el período 2019-2020. En otras palabras, con lo gastado en la importación de tres toneladas de arroz, podían producirse cinco en Cuba.

La producción nacional empleaba una ficha de costos que describía una situación ideal, en la que se destinaban al cultivo todos los recursos del llamado paquete tecnológico (combustible, fertilizantes…), algo que ni siquiera en los tiempos de mayor bonanza había sucedido.

De hecho, salvo por algunos proyectos de colaboración internacional con China y Vietnam, y por los “encadenamientos” que en varias provincias han establecido las empresas estatales con emprendedores y mipymes para obtener insumos, la principal apuesta del MINAG sigue estando en la conocida fórmula de “hacer más con menos”. Tal premisa guía al llamado programa de arroz popular. Al describírselo a los lectores de Granma, Linares Morell lo elogió como una “modalidad que ya demostró su efectividad durante los años duros del periodo especial, en la década de 1990”. Más de 20 000 productores están incorporados al programa en todo el país. Atienden pequeñas parcelas a orillas de los ríos y cañadas, y en provincias como Pinar del Río cultivan casi tantas hectáreas como la empresa agroindustrial de granos, enfatizó.

Pero entre “cultivar” y “cosechar” media una distancia considerable, que el funcionario obvió a conveniencia. Si bien las parcelas del “arroz popular” tienen un consumo prácticamente nulo de combustible y otros productos importados, sus niveles de producción tampoco pueden compararse con los de las plantaciones a gran escala. Con todo y el desplome de los últimos años, en Cuba las segundas suelen duplicar con largueza los rendimientos de las primeras: 4,15 toneladas de arroz húmedo por hectárea en 2022 para el sector estatal vs. 2,49 para el sector no estatal. Y conste que ni siquiera en su época dorada el país sobrepasó las 4,5 toneladas de arroz húmedo por hectárea, como promedio nacional (mientras, la India, el principal exportador mundial del grano, este año espera promediar casi seis toneladas por hectárea).

“Ponerle lo que lleva”

Las siembras a pequeña escala tienen una desventaja adicional: su dependencia del uso intensivo de fuerza de trabajo, que cada vez resulta más difícil de encontrar en los campos cubanos.

Pavel, un arrocero vecino de La Gloria, lo sufre en carne propia todos los años durante las campañas de frío y primavera, las dos cosechas arroceras que se realizan en Cuba. “Este es un trabajo duro y la mayoría de los jóvenes prefieren buscarse algo más ‘noble’ en el pueblo. ‘Con una caja, vendiendo pan en bicicleta, yo gano más que aquí, y desgastándome menos’, me han dicho algunos”, comentó.

Muchos trabajos que ahora se realizan manualmente pudieran mecanizarse, insistió. “En esta misma zona, debido a la falta de piezas de repuesto, casi ya no quedan combinadas funcionando, y no son pocas las ocasiones en que hemos tenido que cortar y trillar a mano, para salvar la cosecha. Si a eso le suma los robos, que se han vuelto una epidemia; la crisis del combustible, que vuelva una odisea llegar al molino más cercano; y los problemas con la dichosa bancarización; tal vez pueda entender por qué tanta gente ha dejado de sembrar o está sembrando bastante menos. Lo mejor del caso es que cuando convocan a reuniones, y alguien plantea esos problemas, lo callan a golpe de consignas. La cuestión es que las consignas no dan arroz”.

En cuanto al tema el Gobierno mantiene una política rayana en el inmovilismo. Por ejemplo, a pesar de que en 2014 entró en vigor una nueva ley para la inversión extranjera que, en teoría, abría la puerta a la incorporación de capital extranjero a la agricultura, no fue hasta marzo de este año que se autorizó el primer negocio de ese tipo. El proyecto, a cargo de una compañía vietnamita, gestionará unas 300 hectáreas destinadas precisamente al cultivo de arroz en Pinar del Río.

Aunque la noticia encontró eco en numerosos medios de prensa, su alcance práctico es limitado: al nivel de rendimientos actual, Cuba necesitaría sembrar más de 200 000 hectáreas para volver a alcanzar los niveles de producción arrocera de antes de la pandemia.

En ese sentido, una buena oportunidad para atraer inversión estaría en la nueva ley sobre propiedad, posesión y uso de la tierra, cuyo anteproyecto fue presentado también en marzo y debe ser aprobado en diciembre por la Asamblea Nacional del Poder Popular. Pero ese documento cierra la puerta a los emigrados y las nuevas formas de gestión (mipymes, proyectos de desarrollo local…), reservando la posibilidad de invertir en la agricultura a las empresas y residentes extranjeros. Una decisión contradictoria, si se tiene en cuenta la profunda descapitalización que vive el sector y el peso del sector privado en la producción.

Según anunciaron directivos del MINAG, el anteproyecto sería discutido hasta este 1° de mayo. Sin embargo, no ha trascendido si se debatió durante el proceso de asambleas que desde comienzos del año organizó la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños. Lo que sí se sabe es que en esos encuentros no se anticiparon respuestas a la mayoría de las quejas de los campesinos.

Medidas que se implementaron pensando en dichas asambleas, como la rebaja de aranceles para la importación de insumos y maquinaria agrícola, solo benefician al limitado porcentaje de productores rurales que pueden justificar sus ingresos en dólares (tabacaleros, apicultores…). Mientras, no se adoptan otras que tendría un impacto mayor, como la reanudación de las ventas de insumos en moneda nacional (como ocurría antes del Ordenamiento), o se establece un mercado cambiario oficial en el que los campesinos puedan comprar las divisas que necesitan para sus importaciones.

“El campo da, pero hay que ponerle lo que lleva”, asegura Pavel. A primera vista pareciera una verdad de Perogrullo. Pero en Cuba no lo es tanto.

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